Me tocó vivir como director un cambio de milenio en el Diario. Fue también el tiempo en que tuvo tres sedes en menos de un lustro. Este periódico, que parecía vivir eternamente anclado, como un cañón que guardaba la esquina de las calles Ceballos y Navas, en el corazón más puro del Mentidero, asumió unos cambios revolucionarios. Son los que han llevado desde el formato sábana y el tabloide, hasta leer en un ipad. Unos cambios que hemos asumido, como un mal inevitable, quienes pensamos que siempre nos quedará el papel para leer.

Tres sedes que recorrimos con un solo Ildefonso Marqués de jefe comercial; o sea, para buscar la publicidad, que entonces era más abundante. Todo estaba cambiando, una vez retirado el último de Filipinas de la calle Ceballos, que se llamaba José González, aquel gran jefe del Taller. Ya no llegaba nadie para vender pescado fresco de la Caleta, ni Edu te traía la merienda sin necesidad de pedírsela, ni se colaban las visitas hasta el despacho, si no eran frenados a tiempo por Kitty o por Nieves.

El día que nos hicimos la foto de la despedida de Ceballos se estaba enterrando una parte del Cádiz profundo finisecular de Emilio López, que ya sería irrecuperable. Esa foto era como un entierro del Conde de Orgaz; aunque ya se ha dicho que aquí los que más abundaban no eran los condes, sino los Marqueses. Y también los Pereas… No sólo se consideraba un periódico familiar por los Joly, sino porque todos éramos como hermanos, o como primos. En Cádiz todo el mundo es de la familia.

Coincidió aquel periodo con la expansión del Grupo Joly por Andalucía. En Puerto Real, en el edificio de Ingrasa, la vida fue diferente. Parecía como más grande, y más vacío, y más extraño. El traslado se hizo con mi voto en contra, lo recuerdo. Quedó, como símbolo efímero, un autobús que tenía una habilidad especial para los atascos del puente Carranza.

Después nos instalamos en el edificio El Fénix, que era como volver a otro Cádiz, más formal y menos dicharachero que el del Mentidero. Te asomabas y veías el puerto, al que empezaban a llegar cruceros. En aquel tiempo, el Diario incluso tuvo competencia, aunque no demasiada, la verdad. Años en los que, además de noticias, se vendían camisetas, caftanes, fulares, vajillas y demás. Como si fuera el Baratillo de los domingos en la Plaza, pero en los kioscos.

El periodismo es un oficio raro, que se nutre de lo que pasa en la vida. El Diario es todavía más raro, porque es un periodismo que se nutre de lo que pasa en Cádiz y su provincia. Atravesó sin naufragar el cambio de milenio. 

José Joaquín León