ENTRE los múltiples despropósitos que se generan en Cádiz, de un tiempo a esta parte, está la polémica por el Voto de la Ciudad a la Patrona. En 2015, el primer año de José María González en la Alcaldía, se negó a participar y le cedió el marrón (según lo ven ellos) al entonces concejal de Fiestas, Adrián Martínez de Pinillos, que acudió muy correctamente vestido, según el protocolo, con un aire personal, como a lo Salvochea. La intervención, en cuanto al contenido, no pasó a la posteridad, ni se recuerda especialmente. Desde entonces, atendiendo a las presiones laicas (por no decir ateas), decidieron no participar. Olvidando que no es una responsabilidad de Podemos, sino de la ciudad de Cádiz a la que él representa.

Este año la solemnidad de la Virgen del Rosario es especial, porque se celebrará en la Catedral, coincidiendo con los actos del 150 aniversario de su patronazgo y con el 750 aniversario de la diócesis de Cádiz. El Ayuntamiento de la ciudad no se puede mantener al margen de esas conmemoraciones, porque es un desprecio a las creencias de miles de gaditanos. Si el alcalde y su equipo de gobierno quieren ignorarlos es su problema. Pero hay 17 personas más que también son concejales electos por Cádiz. Aunque no gobiernen, se supone que no son monigotes, y que están en el Ayuntamiento para algo más que sentarse en los plenos. Por ejemplo, para representar a sus vecinos cuando los otros se inhiben.

Sería muy oportuno que  el Ayuntamiento asista corporativamente al acto del 7 de octubre (que es fiesta local), en la medida de lo posible, con los concejales que cumplan sus obligaciones. Pero también convendría que no acudan como el Mudito de Blancanieves; y que si hay que hablar,  pues que hablen; y que si hay que presentar el Voto de la Ciudad, pues que lo presente alguno, ya que los otros no están a la altura de las circunstancias, ni se les espera.

El alcalde socialista Carlos Díaz, al que ya le plantearon esos escrúpulos, delegaba la presentación del Voto y nombraba a algunas personas, entre las que hubo reconocidos cofrades. No intervenía el alcalde directamente, pero delegaba y nombraba a un representante como orador. En todo caso, es una fórmula diferente a endosárselo al deán de la Catedral, porque nadie quiere cumplir con la costumbre y el protocolo.

Esta actitud no es intrascendente. Por el contrario, importa. No refleja la neutralidad del alcalde, sino el sectarismo de un señor que sólo quiere representar a su peña de colegas, y pasa del resto de los gaditanos.

José Joaquín León