ENTRE todos los versos que José María Pemán dedicó a la Semana Santa gaditana hay algunos que pueden recitarse como una oración: “Alma, como un ruiseñor, haz en esta cruz tu nido y canta con mucho amor: la Piedad ha florecido en el leño del dolor”. La Cantiga al Cristo de la Piedad se puede admirar como un poema clásico, tal vez una herencia literaria del misticismo del siglo XVI, aunque mucho más tardía; pero es ante todo una oración, dedicada a una de las principales devociones de Cádiz. Entre quienes defendemos la Semana Santa de los sentimientos y la fe (que sin ellos se quedaría en un simple espectáculo) este Crucificado de la iglesia de Santiago siempre marcará las huellas de la ciudad ilustrada que perdimos.

Un Cristo de la escuela genovesa, obra de Francesco María Maggio, en un Calvario que completó Francisco Buiza. Un Cristo muerto que transmite una peculiar unción, que conmueve cuando somos capaces de mirarlo de frente, abstraídos del ruido del entorno. Se diría que es mejor contemplarlo en la quietud de su capilla de Santiago. Tantas veces lo han visto y le han rezado los gaditanos, en el que fuera templo de los jesuitas, que parecerá normal ese prodigio de su muerte como ausente. Tantas veces junto al Crucificado que la Piedad, que se corre el riesgo de convertirlo en rutina, sin que entendamos la precisión del mensaje.

Porque, según Pemán, se convoca al alma, como si fuera un ruiseñor, para hacer en la cruz su nido. El Cristo de la Piedad siempre es admirable en los silencios de su templo. Pero alcanza toda su fuerza, su llamada a las almas, cuando se levanta en su paso de madera y bronce. Todo lo que vemos en ese paso tiene un significado que trasciende. Es como una alegoría del triunfo de la Cruz sobre la Muerte. El amor que emana del pelícano, capaz de dar su vida en el testimonio extremo de su Piedad.

Esta cofradía ha mantenido vínculos históricos con los militares que han podido llevar a la confusión. Lo que vemos no es una apología de la muerte, sino un triunfo rotundo de la Vida. Es la Piedad, que brota  como el fruto del leño del dolor. Es la Piedad que en la noche del Martes Santo dejará escalofríos si le abrimos el alma, que está mucho más cerrada que el corazón. Este Crucificado de la iglesia de Santiago siempre nos transmitirá el espíritu que sembraron los jesuitas durante tantos años. A pesar de la decadencia de los tiempos, lo mejor del Cádiz antiguo revive por unas horas.

Y lo difícil no es verlo en la noche del Martes Santo, sino seguirlo. Hacer el nido ahí, donde más duelen los clavos, hasta sentir que florece el leño de su Piedad eterna.

José Joaquín León