Las restauraciones de imágenes cofradieras en Sevilla siempre suelen tener matices polémicos. A veces con razón. En otros tiempos cometieron verdaderas barbaridades. Y no me refiero sólo a la transformación o retoques de imágenes, sino a cuestiones técnicas, como la metalurgia implantada por cierto profesor, o tratamientos de limpieza agresivos en modo hombre blanco de Colón. Ahora se impone una teoría en boga según la cual los imagineros no deben restaurar (ni siquiera cuando están capacitados), porque tienen tendencia a que se las vaya la mano creativa; sino que lo deben hacer los restauradores puros, que no sean imagineros.

En cuanto a los retoques de imágenes, está asumido que fueron abundantes en el pasado, especialmente en los siglos XIX y XX. En el XIX se le metió mano a casi todas las que caían en el taller del imaginero. Y después de la guerra civil se aprovechó para reparar en profundidad. Algunos retoques del pasado fueron a mejor (incluso a mucho mejor), como se aprecia en las comparaciones. Que sea más antiguo no significa que tenga más calidad artística. No todos los imagineros de siglos pasados alcanzan un nivel alto, ni son comparables a Martínez Montañés o Juan de Mesa. Aunque, obviamente, tienen el valor de la antigüedad.

La gran mayoría de retoques y remodelaciones de imágenes se hicieron a petición de las hermandades y cofradías. No por iniciativa propia de los imagineros. En ocasiones, también han retocado algunos cofrades de mano ligera, sin llegar a casos como el del Ecce Homo de Borja. Pero, con el tiempo, se ha entendido que para eso es mejor encargar una imagen nueva directamente. Y hoy predomina la idea de recuperar todo lo recuperable. Incluso viejas policromías que son irrecuperables, sencillamente porque ya no existen. Sobre eso hay mucha fantasía.

A las imágenes hay que restaurarlas con cierta frecuencia. Y no ya porque fueran mejor o peor restauradas en el pasado, sino porque están muy castigadas. La imagen sufre por el humo de las velas, el frío, el calor, la distorsión del ambiente del altar donde reciben culto... Tienen vida propia. Y ojo: sufren más cuanto más salen a las calles. No sólo en Semana Santa, también en otros actos y cultos públicos, algunos extraordinarios y otros innecesarios. A más movimientos, hay más riesgo de percances. Recuerden lo que le ocurrió al Cristo de la Buena Muerte, de Los Estudiantes, cuando era trasladado a la Catedral para los cultos de Cuaresma.

Los debates sobre restauraciones no afectan sólo a las imágenes. También a los enseres artísticos. Es muy interesante el debate sobre el palio de la Virgen del Valle, que está siendo restaurado en el IAPH. Conservar y reponer las telas es el criterio actual para que la obra siga siendo la misma. Cuando se pasa el bordado, lo que se suele hacer es bordarlo de nuevo con el mismo diseño. En puridad, ya no es el bordado primitivo. Eso cuando se deja igual. Antes se decía: el manto ha sido pasado y “enriquecido” en el taller de Fulano o Mengana.

Soy partidario del rigor científico en este asunto. Pero sin jugar con la credulidad de los humildes. A veces se pasan de listos.

José Joaquñín León