ES muy interesante la polémica sobre las obras de remodelación en la Basílica del Gran Poder. En Sevilla, cada vez que hay intención de mover un ladrillo, aparece alguien que defiende una idea y otro que piensa lo contrario. Los arquitectos, como vienen curtidos de broncas anteriores, se suman con entusiasmo comprensible. Así que en este caso, teniendo en cuenta que afecta a la Casa del Señor, al templo donde miles de sevillanos acuden a rezar, a ver, a sentir, y a estar con Él, es normal que aparezca la tradicional división de opiniones. Aunque el hermano mayor del Gran Poder, Félix Ríos, ya advirtió que son propuestas, y que no han aprobado las obras.

La propuesta de la segunda piel de madera parece rarita para la estética de las cofradías. Como ha opinado Joaquín Delgado-Roig, el hijo de don Antonio (que fue autor de la basílica junto a Alberto Balbontín), para un pabellón en Sevilla Este quedaría mejor. Se ve muy en la estética abierta de la Expo 92, cuando llegaban los de Finlandia y construían un pabellón de madera; o los de Chile y montaban un iceberg. Cada uno con su ocurrencia.

Todo el mundo está de acuerdo en algo: en esa basílica, nada más entrar, los ojos se encaminan hacia el Señor. No puede haber nada alrededor que confunda, que distraiga o entorpezca. De hecho, tal como fue concebido, es un templo que no casaba con la ornamentación barroca tan del gusto de los cofrades. Al revés, la peculiaridad de su planta circular fomentaba la atracción hacia el Señor, y la desnudez de sus paredes evitaba confusiones. Es cierto que la entrada al atrio no está bien resuelta. Pero eso se olvida de inmediato, cuando se encauzan las miradas.

El horror a la simplicidad también se notó en la Casa del Señor. El retablo no parece en armonía con la idea arquitectónica esencial, aunque a fuerza de verlo, se ha integrado. Es como un guiño al barroquismo, que también está en la estética del Gran Poder de Dios, y que se manifiesta en su paso, el canon de la Semana Santa.

Posiblemente, este debate es prematuro. La idoneidad de reformar la basílica, o dejarla como está, es de por sí discutible. Partimos del concepto de que el templo fue original y rompedor en su momento, y de que ya ha consolidado su estética arquitectónica. Sobre todo sabemos que es la Casa del Señor, y que no será fácil transformarla en algo tan distinto. ¿Es necesario? Eso también se lo preguntan muchos.

José Joaquín León