HOY es 1 de febrero y  muchas agrupaciones no han debutado en el Falla. Cada cual tiene sus preferencias, pero a la mayoría nos gusta el Carnaval en febrero y la Semana Santa a finales de marzo o principios de abril. La concejala de Fiestas, María Romay, hizo un intento por imponer un Carnaval de fechas fijas, que incluyera las celebraciones callejeras el 28 de febrero, sí o sí. Un grupo de aguerridos carnavaleros, comandado por Miguel Villanueva, dijo que nones, se plantó, y la cuestión fue zanjada, al menos hasta después de las elecciones municipales.

El Carnaval debe ser de fechas variables. Forma parte del azar (y del calendario lunar, por supuesto) que empiece antes o después. Eso le aporta un plus de misterio, emoción y dudas. Obliga a intensificar o relajar los ensayos en las fechas previas a la Navidad. Obliga a años de ausencia, cuando la inspiración no aflora o el autor se despista. Aumenta la participación en años tardíos como éste. Y al final todo se olvida.

Aquellas batallas de los tiempos dedocráticos para que el concurso y la fiesta volvieran a febrero nunca se deben olvidar. Forman parte de la memoria histórica carnavalesca. En la Transición, con el regreso a febrero, fue cuando se pusieron las primeras piedras del Carnaval contemporáneo. A pesar del Tío de la Tiza, Paco Alba y los personajes de leyenda, a mí me parece que el Carnaval más importante, el que se ha consagrado más allá de Cádiz, es el que empezó en 1977, precisamente con el regreso a febrero. Y también, lógicamente, con una libertad recuperada, que permitía cantar sin censura, o sin autocensura, dentro de un orden.

Pero un Carnaval de fechas fijas sería ficticio, manipulado y falso. Desubicaría a Cádiz del resto del mundo de los Carnavales. En poco tiempo sería revisado, porque habría causado más perjuicios que beneficios. Así, pues, demos una oportunidad al azar de la luna llena.

José Joaquín León