LOS primeros momentos de un papa dan pistas sobre su pontificado. En el arranque de León XIV lo más importante es su nombre. Quienes lo ven sólo como un continuador de Francisco, quizás esperaban que se hubiera presentado como Francisco II. Sin embargo, al optar por León XIV, ha puesto el foco sobre León XIII, que fue Papa durante 25 años, entre 1878 y 1903, y que abrió la Iglesia a una nueva dimensión social, en un mundo dividido entre el capitalismo y el marxismo más feroces. Pero que también reforzó los contenidos doctrinales en lo filosófico y lo teológico. Un grandísimo Papa de su tiempo, al que el cardenal Prevost ha recuperado del baúl de los recuerdos.

VIVIMOS en una sociedad que intenta anticiparse a los acontecimientos. Es normal que exista curiosidad, pero todo tiene sus tiempos y sus circunstancias. Faltan tres días para que comience el cónclave en el que será elegido el nuevo Papa y estamos en el periodo de los pronósticos. Sin embargo, ya se ha explicado que los comportamientos de la Iglesia católica (y no digamos de los cardenales) no se ajustan a las mismas costumbres de la vida política. No basta sólo con dividir el mundo (con simpleza y sectarismo) entre progresistas y conservadores. El catolicismo es más complejo. Y eso se aprecia y se confirma recordando lo ocurrido en los dos últimos cónclaves.

DESPUÉS del funeral del Papa Francisco, despedido por los principales líderes del mundo, en los próximos días se hablará mucho del sucesor. ¿Y quién será? A esa pregunta intentan responder esos que ahora se denominan vaticanistas. Pero no les hagan caso. Sólo el Espíritu Santo sabrá quién será el próximo Papa. La mayoría de los nombres que suenan son para quemarlos. Cumplen la vieja teoría de que “quien entra como papa sale como cardenal”. De los tres últimos, la elección del polaco Wojtyla fue una sorpresa morrocotuda. La del alemán Ratzinger fue más previsible. Pero cuando renunció llegó otra sorpresa con el argentino Bergoglio. Así que los vaticanistas son como aprendices de Nostradamus.

ES lamentable la visión sesgada y manipuladora que los partidos de la izquierda y la derecha española han tenido al valorar el legado del Papa Francisco. La izquierda, desde el PSOE a Sumar y Podemos, lo ha presentado como si fuera un militante de los suyos. Y en el PP y en Vox sus líderes han sido cicateros, torpes, y en el caso de Feijóo hasta cateto, al destacar que fue un Papa que “habló en español”, lo que nos recuerda a lo que decían algunos sobre el catalán. En cuanto a Vox, al afirmar Abascal que rezan por su eterno descanso, nos ha recordado lo que pidió Francisco durante su convalecencia: “Recen por mí, pero para que me cure”. En fin que la derecha también lo consideraba de izquierda.

DESDE Buenos Aires llegó Jorge Mario Bergoglio con nuevos aires. Se llamó Francisco cuando fue elegido Papa. Y por ahí ya aportó muchas pistas. Era jesuita, esa orden de la que se decía que tenía un papa negro y desde aquel día de 2013 también lo tenía blanco. Era un Papa diferente a los anteriores en su personalidad. Además, su lengua de origen era el español, procedía de Hispanoamérica y de una de esas familias de inmigrantes italianos que se fueron a Argentina en busca de una vida mejor. Era un cardenal que había viajado en metro a las periferias bonaerenses, de trato amable, buen humor y cercano con la gente común y sencilla. No tenía un sentido elitista de la religión. y también comprendía el valor de la piedad popular. En su última encíclica, Dilexit nos, citaba a Heidegger y recordaba las galletas de su abuela.