RESULTA curiosa la poca atención mediática que está recibiendo el papa León XIV. Se han cumplido ya los 100 días desde su elección, un tiempo que en la Iglesia es una minucia, pero que en la vida institucional se considera significativo para un balance. Pasó el interés por ver quién era el sucesor de Francisco, después del ridículo que hicieron la mayoría de los llamados vaticanistas, para los que el cardenal Prevost sólo aparecía en la segunda fila de las quinielas. Este Papa americano (el primer yanqui Papa y el segundo de América seguido) parece que sigue en plano secundario. Quizás porque lo que dice no resulta políticamente correcto.

Del Papa se ha destacado, y es verdad, su insistencia en pedir la paz en el mundo. Lo dijo nada más salir a saludar en la plaza de San Pedro después de la fumata blanca. Y lo dice todos los domingos, quizás todos los días.

Del Papa se afirma que es continuador de Francisco, en la defensa de los pobres y oprimidos, pero que ha vuelto al veraneo en Castel Gandolfo y no vivirá en Santa Marta, como Francisco. De paso, unos aprovechan para decir que este Papa es más dialogante con los sectores tradicionales. Y otros para propagar que está podando a la Iglesia de los populismos de Francisco, al que después de muerto califican como peronista.

La forma de ver a los papas desde fuera de la Iglesia causa risas, pero también estupor. Un Papa no es un político. Y la doctrina de la Iglesia está marcada por Cristo, en lo que gusta y en lo que es difícil. Pero un Papa no está en el Vaticano para agradar a la gente, y menos a los políticos manipuladores que se dicen cristianos y hacen lo contrario, sino para enderezar el rumbo de la Iglesia, que desde hace más de 50 años sufre un peligroso retroceso en Europa. No porque vengan moros, sino porque hay menos cristianos coherentes.

No es una crisis mundial. Ni de los jóvenes, como se vio en la JMJ de Roma. La Iglesia crece en América, en Asia y en África. Pero pierde vida en Europa. Andalucía es un oasis espiritual, hasta cierto punto. Y no nos pasemos de simples. Todo no se arreglará organizando procesiones extraordinarias. La crisis religiosa está vinculada a la decadencia de Europa, que al olvidar sus raíces cristianas está dejando de amar a Dios y al prójimo. Al perder los ideales, se extiende el egoísmo, la mentira y el odio.

José Joaquín León