HAN pasado cinco años desde el referéndum ilegal convocado en Cataluña el 1 de octubre de 2017. Fue un desastre para Cataluña y para España, y lo sigue siendo todavía, aunque no se quiera reconocer. Hoy el laberinto catalán sigue sin ninguna pista de soluciones, ya que los principales partidos de España (PSOE y PP) y Cataluña (ERC y Junts) están en una dinámica de intereses electoralistas, sin posibilidad de arreglos a corto plazo. Y las autonomías del resto de España (entre ellas Andalucía, que es la más grande) sufren una mala financiación, que guarda relación con ese conflicto.

ENTRE Cataluña y Andalucía ha existido una relación especial. Durante los años de la emigración en el franquismo, se decía que Cataluña era la novena provincia andaluza. En 1980, como se ha recordado, el PSA se presentó a las elecciones catalanas y obtuvo dos escaños. De ahí hemos pasado a la propuesta de Juanma Moreno para que los catalanes ricos vengan a Andalucía a invertir y se ahorren el impuesto del patrimonio. Esa oferta ha provocado críticas políticas en Cataluña, con acusaciones de populista al presidente Juanma. Dicen que fomentará el odio entre autonomías. Hasta ahora, el odio político de los catalanes se ha fijado en Madrid (y el odio de los madrileños se ha fijado en Cataluña), por lo que Andalucía irrumpe como una tercera en discordia.

SON muy curiosas las reacciones al escrache que sufrió Macarena Olona en la Universidad de Granada. Una vez más, se ha comprobado que la democracia y la libertad de expresión es entendida por algunos según sus colores. Cuando, en la realidad, o existe para todos, o no existe. También es curioso que las universidades sean los escenarios predilectos de los radicales para impedir la libertad de opinar. Obviamente, muy pocos universitarios son así, e incluso es raro que esos revoltosos estudien en alguna facultad, ya que en su mayoría son ninis alborotadores. Y también se debe precisar que esos violentos son de extrema izquierda.

LA principal habilidad de la vicepresidenta Yolanda Díaz es que dice las paridas con una sonrisa. Y, como no es una niñata, se le toma en poca consideración el alcance de sus chuminadas. A la ministra Margarita Robles, que se la toma en serio, la pone atacada de los nervios. Ha vuelto a proponer algo irrealizable. Primero dijo que pondría un límite a los precios del pan y la leche, para que los pobres no pasen hambre. Después, cuando le replicaron que era imposible, ha pasado a apoyar la campaña de un híper de 30 productos por 30 euros, siempre y cuando los productos sean de su agrado. El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, dijo en Barcelona que la vicepresidenta pretende “una planificación soviética” de los alimentos. Con el telón de acero hemos topado.

ESTE verano se ha hablado y escrito mucho de las olas de calor. Y de las medidas propuestas por Pedro Sánchez y su Gobierno, como subir la temperatura del aire acondicionado en bares y comercios y prescindir de la corbata. También se han publicado estudios que cifran en más de 4.600 los muertos en España por complicaciones del calor. Ese interés por las devastadoras consecuencias del calor obligaría a reconsiderar la fama de vagos que han colgado a los andaluces. Aumentada desde que Ortega y Gasset publicó el artículo El ideal vegetativo, incluido en su Teoría de Andalucía. La supuesta vagancia andaluza generalmente no se ha vinculado al clima.