NO es cierto que Pedro Sánchez haya dado un golpe de Estado para seguir como presidente del Gobierno. Decir eso es una necedad. Tampoco se puede considerar ilegal su investidura, porque la alcanzó con mayoría parlamentaria. Y, por cierto, la hubiera ganado también con la abstención de Junts (por 172 a 171), gracias al voto canario. No se le puede negar a Pedro Sánchez su habilidad de malabarista para adquirir votos a cambio de prebendas. No es ilegal. Pero tampoco se puede considerar legítimo. Porque gobernará pagando el peaje de una amnistía que rechazan la mayoría de los españoles y que no ha sido sometida a consulta en las urnas.

PARA entender lo que sucede en este país hay que situarse en el lugar del personaje. Pedro Sánchez se comporta como un psicópata del poder. Puede pervertir todo para alcanzar esa obsesión. Ha actuado a la desesperada, ha aceptado condiciones intolerables, ha tragado lo que hiciera falta, porque sabe que es su última oportunidad para seguir como presidente del Gobierno. Después de haberse enfangado en el charco de la amnistía, sabe que perderá las próximas elecciones. Por eso, ha esquivado el regreso a las urnas, tras las consultas al CIS y la confirmación de que no ganaría. Por eso, intenta engañar a la gente, diciendo que hace virtud de la necesidad.

SÓLO algunos se han atrevido a decirlo, pero conceder la amnistía a Puigdemont y demás condenados es un agravio al Rey. En esta semana, cuando la monarquía ha adquirido protagonismo con la jura de la princesa Leonor, no se debe olvidar lo que ocurrió en Cataluña en 2017. El 3 de octubre, dos días después del referéndum ilegal (por el que fueron condenados unos y por el que otros huyeron como prófugos), el Rey se pronunció en defensa de la Constitución y el Estatuto, y contra el referéndum ilegal, en un discurso que se debe reproducir para quienes tienen mala memoria histórica. Seis años después, con la amnistía, se obligará al Rey a un trágala. A pesar de que los de Junts, ERC y los comunes de Ada Colau no le han pedido perdón por los muchos desprecios desde su discurso.

LA gente sencilla y los sanchistas acérrimos creen que en noviembre Pedro Sánchez volverá a ser presidente del Gobierno, y que seguirá en la Moncloa durante los próximos cuatro años. Consideran que las exigencias de los partidos de Frankenstein son un simulacro, para al final consentir el sí es sí y rendirse a los atractivos del presidente. Algo obtendrá cada uno en ese reparto: una amnistía, un referéndum, una mesa de negociación, cambiar palabras para que una nacionalidad sea una nación, unas transferencias, un recorte de la deuda, una financiación en la que dos y dos sumen cinco, una jornada laboral de menos horas y más sueldos que pagan las empresas, un blanqueo de la memoria histórica de hace 10 años mientras manipulan la de hace 75 años. Cualquier cosilla que presentar a sus aficiones para no volver a votar a corto plazo. Ante el riesgo de que gane Feijóo, ese pérfido señor, al que no quieren ni los suyos. O eso parece.

TODAS las televisiones públicas y privadas han repetido cientos de veces la imagen del beso no consentido de Luis Rubiales a la futbolista Jennifer Hermoso. Se entiende que la difundieran en los primeros días, para conocimiento del público. Pero el pasado viernes se han cumplido dos meses desde que el ex presidente de la RFEF depositó dicho ósculo (popularmente denominado pico) en los labios de la futbolista. Y lo siguen repitiendo, que es lo peor. Ese acto ha sido denunciado como presunta agresión sexual, y algunos dijeron que le podían caer cuatro años de cárcel a Rubiales. Así que insisten con la imagen de un presunto delito, dos meses después. Pregunto: ¿para esto no existe la deontología profesional del periodismo?