NINGÚN presidente de la democracia española se ha obsesionado tanto con Franco como Pedro Sánchez. Ni siquiera su colega José Luis Rodríguez Zapatero, que liquidó la concordia. El sanchismo es una forma evolucionada del franquismo sociológico. Es lo más neofranquista que se recuerda desde Franco. No en las soflamas ideológicas, que en el sanchismo apelan al progresismo, como algo etéreo, que evoca un nuevo Movimiento. Me refiero a las formas. El modus operandi del Gobierno es el mismo de los años de la posguerra. Su propaganda sigue la misma estrategia.
La principal coincidencia es difundir el miedo a un complot que no existe. En el caso de Franco era el contubernio judeo-masónico, en alianza con el marxismo internacional, contra la España eterna. En el caso del sanchismo es el complot de la ultraderecha, que está al margen del sistema, y persigue al nuevo caudillo para acabar con las esencias del progresismo.
El complot judeo-masónico estaba formado por los judíos ricos y los masones ateos. Se les acusaba de conspirar para implantar sus intereses. En el régimen de Franco los judíos eran odiados (en eso no se ha cambiado) y se les atribuía un capitalismo usurero. Y a los masones que habían impuesto los derechos humanos y los regímenes liberales. Y todo ello con la connivencia de los marxistas. Es decir, se repartían el mundo los países que ganaron la Segunda Guerra Mundial al nazismo y el fascismo.
El complot de la ultraderecha es el nuevo contubernio. Por supuesto que existe la ultraderecha y que hay algunos nostálgicos del franquismo en España, pero no se puede incluir en ese grupo a todos los que no estén de acuerdo con las políticas de Pedro Sánchez. Ni insinuar que todos los jueces y periodistas que no le apoyan (o simplemente investigan) son de ultraderecha.
Atacar a los opositores es otra coincidencia entre el franquismo y el sanchismo. Asimismo intentar controlar los aparatos del Estado. Por eso, el poder judicial está en el punto de mira, y la Policía y la Guardia Civil también. Y el cuarto poder, el de la prensa, es cuestionado de diferentes maneras, con la excusa de que hay enemigos de la democracia y lacayos de la ultraderecha.
Con lo cual se puede ver que la democracia orgánica de la que hablaba Franco en su dictadura y la democracia progresista de la que nos habla ahora Sánchez no son verdaderas democracias. Ambas coinciden en un error: le tienen miedo a la libertad.
José Joaquín León