HEMOS llegado al día más esperado del COAC: el de la gran final. Todo lo que ha ocurrido tenía este objetivo. Es una final bastante previsible. No les discuto sus méritos, sino todo lo contrario. Pero si antes de empezar el concurso hacemos una quiniela con los finalistas, incluso antes de escucharlos, incluso en verano, probablemente acertaríamos el 80% de los que hoy cantarán, o puede que más. El Carnaval del siglo XXI tiene pocas novedades. De modo que el cartel de la final siempre sale parecido: los consagrados (algunos los llaman las vacas sagradas) y dos o tres sorpresas de cada año. Cada vez es más difícil un pelotazo que tenga continuidad, como se ha visto con los ‘Daddy Cadi’; y también hay sufridores que empiezan a ser habituales, como les ha pasado a El Canijo (al que muchos daban como finalista) y a El Sheriff en chirigotas, o a Subiela en comparsas. Ilustres, con pasado, pero sin el mismo trato que otros.

En los coros están los cuatro ases de la baraja histórica, las cuatro agrupaciones más laureadas, con Pardo, Migueles, Rivero y Pedrosa. Son los coros más premiados de los últimos años. El coro llamado de Los Estudiantes va de outsider, pero se queda fuera.

En las comparsas ya se suponía que estarían las de Martínez Ares, Tino Tovar y dos más. Esas dos son las de Kike Remolino (que este año aspira a mucho) y la de Jona, que es la novedad. Suele haber siempre una novedad.

En las chirigotas se contaba con Vera, Selu y dos más, que son los ‘Impacientes’ de Puerto Real, que han pegado fuerte, y la chirigota del Barrio, que entra por vez primera en la final. Aquí ha habido cajonazo, o algo parecido. Mientras que en los cuartetos hay lo que hay; o sea, los tres finalistas esperados (Gago, Aguilera y Niños).

Este cartel era previsible desde antes de empezar, excepto en dos o tres agrupaciones. La capacidad de sorprender en el COAC es poca. Un síntoma de que la fiesta permanece estancada, no se renueva con autores de calidad.

José Joaquín León