LOS vecinos no quieren la Carpa del Carnaval en el muelle, ni en ningún sitio. La evolución de la Carpa merece un análisis pormenorizado, una monografía de la UCA, un congreso en el Palacio, quizás un libro. Es interesante que Antonio Cabrera haya recordado sus orígenes, cuando era gerente de la Fundación Gaditana del Carnaval. Sin Carlos Mariscal y sin Antonio Cabrera, la Carpa no hubiera empezado su trayectoria de generación en degeneración. Las pequeñas historias que allí han sucedido, los escarceos, intentonas y demás, se quedaron en el terreno de juego. Por suerte, no tenemos constancia de denuncias por acoso, aunque las ninfas salían huyendo a veces. Cádiz no es Hollywood. No hay pasarelas para protestar. Las últimas cayeron con el soterramiento, cuando llegó Teófila, después de Carlos Díaz, el alcalde que implantó la Carpa.

En el Carnaval de Cádiz, los bailes de máscaras tuvieron importancia en siglos pasados, pero eran otros tiempos. Los bailes de máscaras se quedaron para el Carnaval de Venecia, o para la famosa ópera de Giuseppe Verdi. En Cádiz, las máscaras sirven de poco, porque todo el mundo se conoce y el enmascarado da el cante. Así que la idea de convertir el Gran Teatro Falla en un palacio veneciano era absurda, ya que el coliseo gaditano debe servir para el concurso de agrupaciones, que es algo diferente e irrepetible.

A la Carpa del Carnaval la promocionaron como escenario para los bailes callejeros. Decía Cabrera que se inspiró en una instalación llamada el Palacio Azul. Hubiera sonado fatal en este siglo XXI. Así que en esta ciudad ha sido conocida como la Carpa, a secas, aunque hubiera dos, para colmo. Ha sido el escenario de las noches locas del Carnaval, la gran discoteca que nunca hubo.

Le ha ocurrido lo mismo que a la Velada de los Ángeles: es odiada por todos los vecinos de las inmediaciones. A la Velada del verano se la cargaron, después de trasladarla por todo Cádiz y recibir quejas incluso en la Punta de San Felipe. A la Carpa también la han paseado, con semejantes resultados. La gente se queja, la odian, organizan asambleas vecinales (que son palabras mayores), y entran las dudas para el pliego de condiciones. ¿Fijamos el precio de los cubatas?

Quizá su agonía está siendo demasiado larga.

José Joaquín León