JUNTO a la burrocracia, de la que escribí ayer, el otro gran problema de nuestras administraciones públicas es la Inoperancia. Sobre todo en el Ayuntamiento de Cádiz, donde ya alcanza niveles espeluznantes. Inoperancia tiene nombre de señora del medio rural: “Aquí Inoperancia González, encantada de conocerle”. Antiguamente se decía también “para servir a Dios y a usted”, pero ya no se estila, pues resulta poco laico y nada guay. Pero la Inoperancia gaditana no es una señora, sino que se ha extendido por el Ayuntamiento, entra y sale de los despachos con normalidad, y es como una enfermedad que va a más y a peor. El virus de la Inoperancia, que el doctor Kichi no consigue atajar. Incluso él mismo se contagió.
El origen del mal no es que sean de izquierda, más o menos extrema, más o menos radical, más o menos populista, más o menos pablista y anticapitalista, sino que carecen de habilidad y rendimiento para el oficio de concejal. Así que no dan una a derechas, pero a izquierdas tampoco. Esto pasa porque no se convocó en su momento una reválida de concejales, con sus correspondientes exámenes. Ya dijo el profesor Pérez Dorao, de la asignatura de Ciudadanos, que hay que aprobar. Pero la costumbre de estos alumnos y alumnas de Podemos y Ganemos es no presentarse. O presentarse sin haber estudiado.
Ahí tenemos los más recientes ejemplos. El caso de la Edusi. El caso anterior de los fondos Urban Innovative Actions (un plan con nombre de camelo robótico). O el pleno extraordinario y urgente que convocó el Ayuntamiento el pasado miércoles para aprobar por la vía rápida los proyectos del Plan Invierte 2016, por el que la Diputación pagará 340.000 euros para obras. En su mayoría chapús, como la reparación del torreón del Ayuntamiento, pues no es como los 15 millones de la Edusi. Pero sí que son chapús convenientes, al fin y al cabo.
Ese pleno de urgencia se convocó porque había que aprobarlo antes del pleno de la Diputación, previsto para ese mismo día. Resultó que el alcalde de Cádiz no había asistido al Consejo de Alcaldes donde se explicaron los detalles. Así que no se habían enterado, hasta que alguien les dio la voz. Siempre un aviso, al final, y de mala manera, como ha pasado con los permisos para ampliar los chiringuitos en invierno.
Es fácil de entender que así no se puede funcionar, y que no es una cuestión de ideología, ni de política, ni de grandes conceptos de la ciudad. Ahí es donde aparece la Inoperancia, que entra y sale por los despachos de los concejales del cambio.
¿Qué cambio?
José Joaquín León