HAN pasado cinco años desde el 19 de marzo de 2012, aquel día simbólico para las celebraciones del Bicentenario de la Constitución de Cádiz. Como suele ocurrir siempre, con estos actos de efemérides intensas, la impresión a corto plazo es que no sirvió para nada. Lo mismo dijeron en Barcelona con los Juegos Olímpicos, o en Sevilla con la Expo 92. Por supuesto, las celebraciones de La Pepa no tuvieron nada que ver con unas olimpiadas o una exposición universal. Sin embargo, es cierto que fue un revulsivo para la ciudad. Un año como aquel no se ha vuelto a repetir. Ni es probable que veamos nada parecido en mucho tiempo.

Cuando pase más tiempo, se entenderá mejor que el Bicentenario fue muy positivo para la ciudad. El segundo puente se inauguró después, en 2015, pero fue la gran obra pública (que se completó en tiempos de crisis), terminada gracias a la excusa del 2012 y gracias a la insistencia de la alcaldesa Teófila Martínez. El patrimonio municipal se incrementó con rehabilitaciones como la Casa de Iberoamérica o el Espacio de Creación Contemporánea, además del impulso que elevó la actividad cultural en los castillos de Santa Catalina y San Sebastián.

Por otra parte, tras el acuerdo entre Manuel Chaves y el obispo Ceballos (precisamente) se pudo realizar la rehabilitación del Oratorio de San Felipe Neri, sin que fueran investigados ni imputados por tráfico de nada, gracias a Dios. Se salvó así el edificio donde se reunieron las Cortes de Cádiz y se aprobó la Constitución de 1812. Un edificio histórico, que sigue siendo un templo. Por el contrario, no ha cuajado el proyecto de la Junta para crear un gran complejo constitucional en el entorno del colegio. Se ha desperdiciado la oportunidad.

En proceso de desperdicio están también las instalaciones que heredó la ciudad. Las actividades culturales en la Casa de Iberoamérica sobreviven gracias a las colecciones permanentes de Llopis y de Zitman que heredaron. Pero allí, como en el ECCO y en los castillos, las exposiciones no tienen nada que ver con las de otros tiempos. Sólo son de andar por casa, salvo raras excepciones. Y sorprende la abulia con la que se está acogiendo esa palpable decadencia.

La ciudad que sonreía en 2012 (a pesar de sus problemas) está ahora más entristecida, excepto cuando llega el Carnaval. En este 19 de marzo, cinco años después, se nota esa resignación a la decadencia, que es uno de los principales motivos por los que esta ciudad no remonta el vuelo. El espíritu del Doce ha quedado en el olvido.

José Joaquín León