EN la plaza de San Antonio, frente a la sede provincial del PSOE, veo un puesto de castañas, que echa humo. Tardes lánguidas de final de octubre, cuando ya se han evaporado las primeras lluvias, cuando se apagan los últimos reflejos del verano y la oscuridad vespertina asume el cambio de la hora. Hemos pasado del Festival Iberoamericano de Teatro a los disfraces de Halloween. Hoy se celebran los Tosantos en la Plaza y el mercado Virgen del Rosario. Hay huesos de santos, buñuelos y panellets en las pastelerías. Y el humo de esas castañas nos anuncia el frío que aún se esconde. No hay colas delante del puestecillo, que pregona su antigüedad.

Allí mismo, en la calle Ancha, aún estamos en la temporada de Los Italianos. Es una heladería, pero también una cafetería, y sobre todo un salón. O un modo de vida. De lo poco que queda en Cádiz parecido a los antiguos cafés. Un eco remoto (entre gaditano, italiano y parisino), para ver y ser visto. Gianni ha mantenido el rito de cerrar el Salón Italiano en invierno, como si le quisiera guardar un luto a los helados. Aquel es un escenario típico de la primavera y el verano en Cádiz. Atravesamos unos días indecisos, fronterizos, en los que es posible alternar los topolinos con las castañas asadas.

En general, octubre es un mes raro, que empieza con la Virgen del Rosario, cuando se pone el punto final al verano y comienza el otoño. En las playas aún veíamos ayer a algunos fanáticos y fanáticas, dispuestos a aferrarse a los últimos rayos de sol. Pero una parte de los que se bañan en los días laborables no son gaditanos. Son incluso rusos, y de otros países del Este, que vienen en estas fechas a los hoteles de playa, aprovechando que son más baratos .

En esa esquina de Ancha y San Antonio se resume el tiempo. El humo de las castañas nos anuncia noviembre (el mes de los difuntos), igual que el humo del incienso nos alerta de la primavera. Llegan los Tosantos, con los puestos decorados, que es una de las pocas huellas de su antiguo lustre. En Cádiz el otoño cuesta trabajo, y no sólo porque se pierden empleos, sino porque esta es una ciudad básicamente de bañador y chanclas.

Extramuros de la ciudad histórica quedan más contradicciones, como las heladerías abiertas en las noches ventosas y frías (¿o son húmedas?) de la glorieta y el Paseo Marítimo. Por esa zona no se ven puestos de castañas, ni humo. ¿Por qué la civilización del frío todavía no ha llegado a Puertatierra? Allí quieren bañarse y tener los chiringuitos abiertos todo el año. Hay miedo a admitir que se ha acabado otro verano.

José Joaquín León