EN la ciudad de Cádiz, en los últimos tiempos, existe un interés muy profundo por la cultura. Quedó de manifiesto el lunes en la Librería Manuel de Falla. Las personas que pasaban por la gaditana plaza Mina, al ver tal cola, en la que no faltó alguna que otra bronca o disputa (como en toda cola gaditana digna de mención), se preguntaban con sorpresa: “¿Otra vez están repartiendo topolinos gratis en Los Italianos y llega la cola hasta la plaza Mina?”. Pero no, no era eso, sino que Paz Padilla iba a firmar su último libro, El humor de mi vida, y allí estaba su legión de admiradores y admiradoras, para comprarlo y que se lo dedicara. No sé si Paz Padilla se habrá visto en otra igual: firmando más libros que María Dueñas y Dolores Redondo juntas. A ella sí que le salió redondo.

Y, claro, después están los malanges gaditanos (por no hablar de los siesos), que van mirando a los artistas que venden libros por encima del hombro. Diría mucho en honor de los gaditanos y las gaditanas, de su histórica raigambre cultural, tan digna de una acrisolada ciudad trimilenaria, que asienta su sabiduría en la superación de polémicas convulsas y banales, haberle dado otro destino a esa cola. Es decir: ¿qué diríamos si la multitud se hubiera congregado para comprar la compilación poética de Somos el tiempo que nos queda, de José Manuel Caballero Bonald, como un homenaje póstumo?

Y es verdad que esa librería, la de Manuel de Falla, tiene mucho mérito, y ha sobrevivido a la pandemia, y que allí ha promocionado Juan Manuel Fernández a los escritores gaditanos. Y es verdad que Paz Padilla ha tenido el fino detalle de firmar en una librería de verdad, no en un centro comercial, donde venden los libros como si fueran sujetadores o slips, lo mismo les da. Así que yo a esa cola le veo aspectos positivos.

Ahora hay escritores gaditanos que venden libros, como Jesús Maeso de la Torre (que es hijo adoptivo gaditano) o Benito Olmo (que emigró). Vender es mejor que no vender. Tal aprecio por escribir existe que yo he visto por la Campana de Sevilla un autobús urbano con publicidad del libro En la ciudad de Cádiz, de José Manuel Sánchez Reyes y Juanma Canseco. Es verídico. Así aprovecho para hacerles publicidad de su exitoso libro sobre el Carnaval.

Y también digo que es mejor tener colas delante de las librerías que de las casas de apuestas, porque así la gente se acostumbra a leer. No hay que rasgarse las vestiduras, ni quemar los libros. Tampoco es cierto que la intelectualidad gaditana haya pasado de José María Pemán a Paz Padilla. Decir eso sería una maledicencia.

José Joaquín León