A consecuencia de la huelga del Metal, en el resto del mundo se han enterado de que otro Cádiz también existe. En los últimos años, Cádiz era una provincia playera, donde venían los turistas a practicar deportes de viento en Tarifa, comer atún rojo salvaje de almadraba en Barbate o Roche, descansar en los hoteles lujosos del Novo, y visitar la capital, Cádiz, esa ciudad de chirigotas, tan curiosa y graciosa. Ahora también piensan que Cádiz es un lugar donde la gente se subleva por la subida de un convenio, va quemando lo que encuentra por las calles, y votan a un alcalde estrafalario que da consignas con un megáfono contra la tanqueta de Marlaska. Ni antes ni ahora han entendido a Cádiz. Y puede que muchos gaditanos tampoco la entiendan. Pues el principal problema de Cádiz no es el paro, sino que todavía vive como si estuviera en el siglo XIX.

 

En Cádiz han alterado los palitos de los siglos romanos, y estamos en el XXI con mentalidad del XIX. Para la historia de los siglos pasados, tenemos muy buenos catedráticos, como Manuel Bustos o Alberto Ramos. Yo no sé tanto como ellos; pero, por lo que he podido deducir, aquí se pide lo mismo desde hace un siglo y medio. Cádiz todavía no ha digerido que perdió el comercio de las Indias y piensa que el Gobierno (cualquier gobierno) es culpable de sus males. Por supuesto, los gaditanos no tienen ninguna culpa.

Una explicación histórica: el monopolio con América llegó por una concesión gubernamental en el siglo XVIII. Las Cortes se trasladaron a Cádiz por una decisión gubernamental a principios del XIX. Después, a lo largo del siglo XIX, Cádiz se arruinó, perdió su pujanza comercial, hundió su negocio bancario, la burguesía se quedó a dos velas… Cádiz alentó las insurrecciones revolucionarias de 1868. El Cádiz republicano actual no es el de la Segunda República, sino que todavía es de la Primera. Aquí tenemos como alcalde una reencarnación de Fermín Salvochea, si bien en versión más chusca.

A partir de la caída del cantón, Cádiz empezó a pedir a los gobiernos que le otorgaran un chollo, como en otros tiempos. Cuando le concedieron la Zona Franca, se presentó como la salvación de la ciudad. Hoy, en la Zona Franca, veo concesionarios de coches, tanatorios, supermercados, un híper chino, gasolineras, medios de comunicación y empresas que hay en todas las ciudades donde no existe una Zona Franca. Los planes y las subvenciones sólo han servido para mangar. El emprendedor gaditano resulta heroico. Y la culpa de todos los males siempre es del Gobierno y de los demás.

Continuará…

José Joaquín León