EL panorama cultural gaditano es desolador, ante la general indiferencia. Estos días estamos enfrascados en un sucedáneo de Carnaval, un quiero y no puedo, que es la principal preocupación de Kichi y su equipo de gobierno. Unificaron (y creo que fue un acierto) las delegaciones de Fiestas y Cultura, pero la gestión posterior es lamentable, ya que ha consistido en mantener las fiestas y cargarse la cultura. ¿Qué hace Lola Cazalilla como concejala de Cultura, aparte de presentar la Feria del Libro? En Cádiz se habla de los proyectos inacabados, como el solar de Puntales y el de San Severiano, o los edificios abandonados, como Valcárcel y la Tabacalera. Pero hay otro problema: edificios municipales que se están deteriorando y no sirven para nada útil.

El Ayuntamiento de Cádiz tuvo un notable protagonismo cultural en los años previos al Bicentenario de la Constitución de 1812. En los tiempos de Teófila Martínez en la Alcaldía, el Ayuntamiento adquirió diversos edificios que aumentaron el patrimonio municipal. Otros procedían de los tiempos de Carlos Díaz. Así las cosas, pertenecían al Ayuntamiento el antiguo Gobierno Militar, los antiguos cuarteles del Parque, el baluarte de la Candelaria, el castillo de Santa Catalina, el castillo de San Sebastián (en usufructo), la antigua cárcel transformada en Casa de Iberoamérica, la Puerta de Tierra con sus baluartes anexos de Santa Elena y San Roque… Me estoy refiriendo sólo a edificios que dedicaron a museos y actividades culturales. No incluyo los destinados a otros usos. Y faltan algunos, como el Casino Gaditano, con cuyos socios llegaron a un acuerdo para un uso compartido, pero que pasó a ser de propiedad municipal.

Cuando llegó Kichi se los encontró como quien recibe un aparato y no lo sabe manejar. Cada edificio tiene su historia. Ahora dependen de Paco Cano, que actúa de concejal de Cultura en la sombra, con la excusa de que administra el patrimonio municipal. Casi todos los edificios están infrautilizados. El Gobierno Militar se lo cedieron a la Universidad de Cádiz para el Rectorado (que es un uso privado, no público). El castillo de San Sebastián volvió al Gobierno y nadie lo quiere. Y hay casos lamentables, como el de la Casa de Iberoamérica, de la que ha salido la colección de Cornelis Zitman, sin que se queje nadie. Aunque, ¿para qué? La Casa de Iberoamérica acoge pocas visitas y está cerrada por las tardes. Y con el Casino Gaditano no saben qué hacer.

¿A quién le importa esto? A nadie. Menos mal que los progresistas se preocupan por la cultura. A la hora de cobrar.

José Joaquín León