Alfonso Caravaca era uno de los gaditanos más importantes, en el sentido pemaniano de la gente importante. Y no sólo porque fue el director del Secretariado Diocesano de Hermandades y Cofradías, sino por ser el presidente de Transportes Comes, una de las empresas gaditanas de referencia. También desarrolló una labor importante, quizá poco conocida, en Fenadismer, la patronal del sector. Sin embargo, como los buenos árbitros de antes, intentaba pasar desapercibido. Que no es lo mismo que inhibirse, pues intervenía siempre que era necesario. Alfonso tenía una habilidad especial para no sobrexponerse, para no buscar una popularidad que no necesitaba.

Así fue capaz de inventar un modo de hacer las cosas a lo Caravaca. Es decir, hacerlas, aunque con discreción y sensatez, y sin formar alborotos. En los Transportes Comes afrontó problemas muy difíciles del sector. Fue capaz de conseguir que esta empresa gaditana del transporte, que es una referencia en Andalucía, lo siguiera siendo, sin tirar la toalla, como hicieron otros empresarios, cuando las cosas venían mal. Los Comes son una seña de identidad gaditana, porque un autobús más de aquí no lo hay. Lo mismo sucedía con el autobús urbano, que es una herencia de la antigua Compañía de Tranvías de Cádiz a San Fernando y La Carraca. Cuando los tranvías llegaban hasta la mismísima Carraca, antes de ceder sus sitios a los autobuses, que se presentaron como la modernidad.

El modo a lo Caravaca de hacer las cosas también lo implantó en las cofradías. No sólo en las de Cádiz, sino en la diócesis. Fue hermano mayor y un gran cofrade de la Sentencia. Y fue más conocido como director del Secretariado Diocesano de Hermandades, cargo que está en el rango eclesial por encima de todos los presidentes de los consejos locales. Desde sus oficinas de la antigua capilla del Pópulo, con sus fieles escuderos, Alfonso Caravaca arregló múltiples entuertos, puso gestoras y comisarios cuando era necesario, y aclaró muchas aguas turbias. Siempre procuró el testimonio eclesial en las hermandades, que no son peñas recreativas, ni clubs de amiguitos. Y de ahí lo que hacía.

Algunos intentaron caricaturizarlo como un ogro, o algo así, para los capillitas díscolos. Sin embargo, era todo lo contrario. Un hombre de gran personalidad, rectos criterios, firmes valores, comprensivo, solícito y amable para ayudar cuando lo consideraba justo. Por eso los obispos confiaron en él. Era el hombre ideal para hacer lo que debía.

Por su afán de ser discreto, de tener voluntad de servicio, de no buscar alardes ni presumir ante la gente, a veces daba un paso atrás para evitar el foco. Continuar su obra será muy difícil, pues esa forma de ser era la propia de Alfonso Caravaca. Se le echará de menos en Cádiz, ciudad a la que amó y defendió, por la que sufrió algunas injusticias, y donde no recibió todo el reconocimiento que se merecía.

José Joaquín León