EL Cristo de la Humildad y Paciencia, de la parroquia de San Agustín, es una de las grandes joyas artísticas de la Semana Santa gaditana. Y, además, es una de las devociones históricas de la ciudad. En este Cristo se encarnan los principales valores artísticos del barroco en Cádiz. No es una obra de los tiempos de la Casa de la Contratación, sino anterior: del siglo XVII. El Cristo de la Humildad y Paciencia está fechado en 1638 y es la primera obra de Jacinto Pimentel en Cádiz. Fue encargado un año antes en Sevilla, donde residía. A Pimentel se le considera autor de la Virgen del Carmen (1638), el Cristo de la Expiración de San Francisco (1655) y el Señor de la Columna (1661).

La vida de Jacinto Pimentel es enigmática en sus orígenes. En Sevilla fue discípulo de Francisco de Ocampo. Se trasladó a Cádiz en 1637, y aquí elaboró sus obras hasta que falleció en 1676. Quizás no está aún más valorado porque sus mejores imágenes las hizo en Cádiz y para Cádiz, lo cual suele ser un inconveniente, incluso en el XVII, el gran siglo de la escultura andaluza.

El Cristo de la Humildad y Paciencia resulta conmovedor. Es imagen de cuerpo completo, bien proporcionado, con la dificultad de representarlo sentado y con la mano en el rostro, en ademán de meditar. Sin embargo, toda la fuerza de la imagen está en el rostro, admirablemente trabajado, y sobre todo en la expresión de sus ojos. Representa a la perfección la humildad y la paciencia. La humildad del Hijo de Dios, que parece derrotado, y sabe que va a morir, pero lo acepta con resignación y valor. La paciencia de esperar su momento más amargo, el de ser crucificado, para culminar el martirio que ya está padeciendo.

A mi modo de ver, a este Cristo le sobran todos los aditamentos. En el vía crucis de las hermandades le pusieron un palio, como en otros tiempos. Resulta original, pero es innecesario. Todo lo que distraiga alrededor le sobra. Basta con su mirada perdida, que nos gana para la verdadera fe. Su paso dorado sí que es un buen complemento, porque lo eleva, y realza el barroquismo profundo y nada estridente de este Señor de San Agustín, templo donde la imaginería gaditana alcanzó su gloria más alta.

Noche de Domingo de Ramos con el Cristo de la Humildad y Paciencia. En su mirada no sólo hay belleza y dolor. Refleja una promesa de vida eterna, con sus ojos enturbiados por las lágrimas, que abren los ojos de quienes lo contemplan y no son ciegos de espíritu. La Semana Santa es eso.

José Joaquín León