VIENDO al Cristo de la Buena Muerte en las viejas fotos, me acuerdo de ti, José Ramón del Río. Has dejado de escribir artículos en el Diario por voluntad propia, porque en nuestras vidas también la Semana Santa personal va avanzando y las cruces del tiempo cada año pesan más. Este artículo deberías escribirlo tú, pero yo tomo el relevo en el palo. Al fondo parece que suena el martillo, que rasga los silencios. Tú sabes que el Viernes Santo representa lo más señorial de la Semana Santa. Era el día del sermón de las Siete Palabras, con el recuerdo del Cádiz dieciochesco que fue capaz de encargar Las siete últimas palabras de Cristo en la Cruz a Haydn. Era el día del Cristo de la Buena Muerte, en cuya hermandad se integraron algunos de los más cualificados profesionales de Cádiz. Era el día de recordar al marqués de Valde-Íñigo y a Cayetano del Toro, un Cádiz perdido, que se ha vulgarizado, a veces hasta ser irreconocible.

El Cristo en besapiés, en los oficios del Viernes Santo, en San Agustín. El Cristo subido al paso de caoba, con su sobrio monte pelado de flores, para ser encumbrado entre los cuatro hachones de tinieblas, para recorrer a oscuras y en silencio, al compás sólo de las horquillas, las calles de una ciudad abrumada y triste en la noche del Viernes Santo.

El Cristo de la Buena Muerte “el de la faz amorosa tronchada como una rosa sobre el blanco cuerpo inerte que en el madero reposa”. Así lo vio José María Pemán, que fue prioste del Nazareno de Santa María, la cofradía más popular de Cádiz, pero que también era un gran devoto del Cristo. Pemán le compuso uno de los mejores poemas religiosos de todos los tiempos, que muchos gaditanos conocen de memoria, la memoria del pueblo que no depende de los resentidos.

Hoy, en este Viernes Santo de 2023, me acuerdo de ti, Mon del Río, que fuiste vicehermano mayor de la Buena Muerte, y te mando un abrazo. Tú eres uno de esos gaditanos que se fueron a vivir a la Vista Hermosa equivocada (la tuya sería la de los extramuros), pero has seguido atento y devoto a tu Cristo de la Buena Muerte. Desde El Fénix, donde tenías tu despacho como abogado. Desde El Fénix de tus artículos.

Hoy, a tus 87 años, cuando te has retirado (el tiempo pasa y pesa, lento, pero implacable), yo quiero escribir por ti un artículo de Viernes Santo de añoranzas. Y evocar a ese Cristo de la Buena Muerte que yo veía de niño por el callejón del Tinte, donde la oscuridad parecía más tenebrosa que en ningún lugar de Cádiz, en una noche con nubes y luna llena. Así es la eternidad del silencio, así es un Viernes Santo.

José Joaquín León