LO más sencillo sería pasar página y olvidarnos ya del Carnaval. Hoy es el primer viernes de Cuaresma en Cádiz, el segundo en el mundo cristiano. Hoy es 23 de febrero. Se cumplen 43 años desde el intento de golpe de Estado protagonizado por Tejero. También se cumplen 41 años desde la expropiación de Rumasa, que tanta repercusión tuvo en la provincia. Sin embargo, esos dos acontecimientos, que bastantes lectores recordarán, hoy nos suenan a antigüedades. En aquel tiempo de Tejero, el alcalde de Cádiz era Carlos Díaz y ya se hablaba más del concurso del Carnaval que de la fiesta en la calle. La evolución en estos 40 años no ha ido a mejor. O, por precisar, no ha ido a nada. El Carnaval en la calle se plantea como algo espontáneo tirando a lo anárquico, y está eclipsado por el concurso del Falla.

La gente se está rasgando las vestiduras porque el segundo sábado de Carnaval (primero de Cuaresma en el mundo cristiano) se montó un botellón público en Cádiz al que concurrieron jóvenes de toda Andalucía. Los sufridos vecinos del casco antiguo, los que piden la implantación de la tasa turística en los hoteles, los que hablan de la gentrificación (bonita palabra) de los barrios populares como La Viña, todavía se están persignando. Por la señal de la Santa Cruz, del enemigo líbranos Señor. Pero, en este caso, del enemigo deben librar el sentido común y la reorganización de la fiesta. Es decir, el Ayuntamiento. A no ser que se constituya una plataforma de vecinos progresistas, que lo dudo, porque el Carnaval es profundamente progresista y peatonal.

El Carnaval en la calle ofrece un programa de actos, con los carruseles de coros, los concursos y actuaciones en tablaos, los grupos callejeros, fiestas populares al aire libre, otras fiestas privadas de pago y en locales cerrados, por lo que no molestan, etcétera. Pero también hay ciertos bares y locales de hostelería que en estas fiestas ponen barras en la calle, y no atienden en sus salones interiores. La culpa no es de ellos, pero contribuyen al concepto botellón, que es beber alcohol en la vía pública, adquirido mediante compras en bares, tiendas y supermercados, donde se los venden a quienes lo consumen.

Se suele decir que el Carnaval es la fiesta de la libertad. De donde se deduce que todo vale. Pero, bueno, si vale todo, podrían quemar la estatua de don Emilio Castelar como se quema al dios Momo, en un arranque de libertinaje. Quiero decir, que se pueden frenar los abusos. Y lo primero debería ser afrontar este asunto sin remilgos. Sin olvidarlo hasta el próximo año si Dios quiere.

José Joaquín León