LA Puerta de Tierra no es una excepción. Es lógico y natural que sufra problemas de conservación, agravados por el abandono de los últimos años. En Cádiz se cae todo piedra a piedra. A lo largo de su historia, han sido frecuentes las restauraciones de las murallas y demás piedras gaditanas, que necesitan constante atención. Por el clima húmedo y las características de la pedrería gaditana. Cualquiera que pase por las hemerotecas para ver diarios antiguos, o consulte las guías de Rosetty del siglo XIX, comprobará que este es un problema constante. Reciente está la apertura del Paseo del Vendaval tras las obras, o los trabajos en el baluarte de la Candelaria para consolidar las salas y casamatas. Y ahora, las filtraciones y grietas en las Puertas de Tierra y sus bóvedas.
En Cádiz hay singularidades y se repiten los problemas de generación en generación. La Puerta de Tierra era una, pero pasó a tener tres puertas, y además hay dos bóvedas y un torreón. Tres en una. Es un misterio como el de la Trinidad, o quizás más complejo. Es una Puerta de Tierra, su nombre histórico, pero tiene tres desde la reforma realizada por el arquitecto jerezano Antonio Fernández Esteve a mitad del siglo XX.
Su origen es profundamente espiritual para el gaditano. Divide el mundo entre los gaditas de los Intramuros, que quedan de la Cuesta de las Calesas hacia abajo, y las tierras de perdición beduina, que quedan al lado de los Extramuros. Las murallas proceden del siglo XVI y fueron reformadas con la nueva Puerta de Tierra por Torcuato Cayón en el siglo XVIII. El torreón fue levantado para la telegrafía y se inauguró en 1850. Y las dos puertas del tráfico se abrieron en los tiempos de José León de Carranza en la Alcaldía para facilitar que entraran y salieran los coches. Se barajó la posibilidad de derribar todo, para más comodidad, y unir a los Extramuros con Cádiz-Cádiz, pero hubo gente prudente que lo impidió. Estaba reciente la explosión de 1947.
La Puerta de Tierra, con su torreón y sus baluartes de Santa Elena y San Roque, es una joya de Cádiz. Teófila Martínez impulsó los museos del Títere y el Litográfico, que no se han valorado como merecen. Y en las alturas hay dos paseos con excelentes vistas que están mal aprovechados. Ahí se han originado las humedades y los daños en un arco, en una zona que aún no ha cumplido un siglo. Pero en Cádiz un siglo es como un milenio, porque todo se estropea.
Y más que se ha estropeado todo por el abandono en que sumió el kichismo al patrimonio local. Pero eso merece otra consideración propia.
José Joaquín León