ERA como un cuento de Navidad. En aquellas reuniones de las mil y una noches gaditanas no se apareció un ángel, ni siquiera Scheherezade, pero llegó un hombre que dijo que todo iba a cambiar. Serían prohibidos los desahucios de las familias expulsadas de sus casas. Serían suspendidos los cortes de luz para que las pobres ancianas viudas no se murieran de frío por las noches. Serían rescatadas de las calles esas personas abandonadas, sin el techo del hogar, que acampaban en los bancos (en los callejeros y en los de cajero automático), para cobijar su desesperación. Se le daría de comer al hambriento y de beber al sediento, y posada al peregrino, y todo lo demás. Porque su sermón era como unas bienaventuranzas laicas.

Un año y medio después, cuando llegó la Navidad, en aquella ciudad se debatía si las calles estaban más o menos sucias, y si un concejal había colocado a su hijo por enchufe o no; y asimismo se hablaba de si había una bombilla de más o de menos, o si no había bombillas, o si era una porquería de bombillas, o si no daba pena.

Se recogían firmas por la ciudad. Y firmaban personas con hondas preocupaciones sociales, progresistas, incluso comunistas. ¿Para qué? Para que no hubiera ninfas. Seres mitológicos, que en Cádiz habían sufrido una metamorfosis como la que narró Kafka, y que en los albores de la democracia aparecieron transformadas en piconeras. Sin embargo, en aquella Navidad, nadie recogía firmas para otras cuestiones más enjundiosas. También se debatía si todos los habitantes de esa ciudad cruzarían los puentes para irse. Muchos ya la habían abandonado, como en una diáspora.

En la noche de Navidad, llegó un matrimonio pobre con un niño. Un carpintero en paro y una costurera sin papeles. No tenían dinero para pagar una habitación en hoteles o pensiones, y no fueron atendidos en ningún albergue. Vieron una plaza con una fuente de tortugas, y a su alrededor un campamento. Pobres con maletas y sucios enseres, vagabundos sin destino, inadaptados sociales, puede que algún borracho y algún drogadicto. Personas que habían caído en lo más bajo y se quedaron en el precipicio.

En el frío de aquella noche sólo brillaban las estrellas en el cielo. No aparecieron reyes ni magos. No llegaron pastores. Sólo acudieron algunos voluntarios que peleaban contra lo imposible. El matrimonio y el niño quizá se irían a la mañana siguiente, a seguir un camino que no llevaría a ninguna parte. Como siempre se dijo: pasó por nuestro lado y no lo vimos. Y si lo vimos, no lo entendimos. Y si lo oímos, se confundió con una falsa promesa, con el eco de un engaño.

José Joaquín León