CON tanto hablar de las líneas rojas, ha resultado que Pedro Sánchez las ha introducido en la mismísima Moncloa. Tenemos un Gobierno de líneas rojas, con un fondo gris de borrasca, y unos ministros que piden la dimisión o la destitución de otros ministros. Tenemos un Gobierno en el que una parte de los ministros (los de Unidas Podemos) juegan a ser de la oposición, aunque cobran con cartera. Ya no hay ministros sin cartera, como se decía antes, pues ahora todos quieren llegar a fin de mes y al final de la legislatura, sea como sea, aunque sea haciendo el ridículo. Y también hay ministros de verdad, como Margarita Robles, que se pitorrean de los ministros de mentira, como la podemita Ione Belarra, la invita a dialogar con Putin, y dice que se va a morder la lengua, por no darle un mordisco a la otra.

Un gran problema del Estado es pagar a ministros que juegan a ser activistas antisistema, a oponerse al Estado, a despotricar contra la Constitución y las leyes democráticas, pero con prebendas y sueldos oficiales. Quieren cercenar las instituciones del Estado. Como se ve, el Estado está fatal, y ya hoy día se espía a cualquiera. Entre Siri, Pegasus y las cookies no te puedes fiar de los aparatos. Cualquier ministro o consejero que conecte su teléfono móvil, notará un cierto runrún, y le enviarán publicidad de vaya usted a saber qué aparato del Estado.

Esta semana, en el Congreso, votaron unidos el PSOE, el PP, Ciudadanos y Vox. Si lo extrapolamos a Andalucía se nos pondrían los vellitos de punta, como a Juanma Moreno, que lo mismo le daba un beso a Yolanda Díaz que a Macarena Olona en las casetas de la Feria de Sevilla. Mucho hablar de líneas rojas, pero el PSOE y Vox han votado juntos a favor de los espías. En la comisión de secretos, los socios del Gobierno pidieron a voces la dimisión de la ministra Robles. Votaron contra el PSOE todos los de Frankenstein con sus fantasmas.

En Francia, los insumisos de la extrema izquierda de Mélenchon se han merendado a los socialistas de nuestra paisana Anne Hidalgo, que es sanchista de París, y así le fue en las presidenciales. En España, la extrema izquierda pide la dimisión de dos ministros socialistas del Gobierno al que pertenecen ellos. En Andalucía, la extrema izquierda se divide en tres, y al final en dos con suspense. Mientras Juan Espadas, que parecía sensato, habla de líneas rojas a Vox. Puestos a poner líneas rojas de verdad, podrían romper el Gobierno, echarlos de la Moncloa, y convocar elecciones generales.

José Joaquín León