TENER directivos que adopten decisiones acertadas suele marcar la diferencia entre el éxito o el fracaso. En una empresa, cuando sus dirigentes se equivocan, causarán problemas incluso irresolubles. Por el contrario, cuando aciertan, les permitirá prosperar y crecer. Ahora parece que da igual equivocarse o acertar. En la política, se piensa que cualquier militante de un partido puede llegar a diputado o alcalde, incluso a consejero o ministro. Pero no es así. Una gestión equivocada genera consecuencias. Ese es el origen de los males de Cataluña. El paraíso del seny y la burguesía emprendedora, de la Gauche Divine liberal y progresista, tiene ahora unos dirigentes desastrosos. Eso ha llevado a Cataluña al caos.

En 1977, volvió Josep Tarradellas a Cataluña desde el exilio. Todo iba bien, porque encarnaba los valores de la nacionalidad histórica más próspera de España. Se puede resumir diciendo que Tarradellas era un republicano, antiguo militante de ERC, y se convirtió en uno de los más leales súbditos del Rey Juan Carlos, que lo nombró marqués. Fue sucedido por Jordi Pujol, un banquero catalanista que fue encarcelado por el franquismo, un posibilista que pactó con el PSOE de Felipe primero, y con el PP de Aznar después, previo pago de su importe. Banquero era, insisto. Después se vio que también cobraba por otros conceptos.

Aunque Duran Lleida llegó a ser el político mejor valorado por los españoles, en los tiempos presidenciales de Zapatero (según el CIS), degenerando, degenerando se ha llegado a lo de ahora. Y lo actual es un fascismo descarado, mangoneado por la CUP, un grupo de ultraizquierda antisistemático, totalitario, xenófobo e intolerante.

En sus últimos carteles han señalado a los que quieren “barrer” (o sea, expulsar) de Cataluña después del 1 de octubre. Incluyen a clásicos como el Rey, o dirigentes del PP como Aznar y Rajoy, pero también a nacionalistas catalanes como el mismísimo Artur Mas, que montó ese tinglado ilegal, además de Pujol. Entre otros, están la banquera Ana Patricia Botín, el arzobispo emérito Rouco Varela (que ya se ha jubilado), el empresario Florentino Pérez (que además es presidente del Real Madrid), o el torero jerezano Juan José Padilla.

Son los símbolos de las “viejas estructuras” del Estado (¿plurinacional?), que se quieren cargar. En sus fobias excluyentes coinciden con otros radicales, por cierto. Con lo cual se aprecia que ciertas compañías son malas de por sí. Se deben frenar, antes de que lleven al desastre.

José Joaquín León