LA desunión de la izquierda no la han inventado Pedro Sánchez y Susana Díaz, ni tampoco Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Una vez que se formó Gobierno, ahora se distraen con eso, de cara a sus respectivos congresos, para ver quién manda. Pero lo propio de la izquierda es la división. La izquierda unida no existe, es un gran mito, sólo funciona para conquistar el poder en los ayuntamientos, las diputaciones o las comunidades autónomas. En la izquierda (como en la derecha) lo que importa es el poder. Y se cargan hasta el PCE histórico, favorecidos por la rendición de Alberto Garzón a Podemos para ver lo que saca.

La desunión de la izquierda plural ya existió en el siglo XIX, pero alcanzó su apoteosis en la Segunda República. En el PSOE no había dos tendencias como ahora, sino tres: los de Julián Besteiro, que era socialdemócrata; los de Indalecio Prieto, que era más socialista, y los de Largo Caballero, que era frentepopulista. En el PCE, que se fundó en 1920 como una escisión del PSOE, ya tenían de todo; y después se subdividieron en leninistas, trotskistas y otros grupos. Además de que los anarquistas tenían fuerza gracias a la CNT.

Todo esto es sabido. La diferencia con lo que había en 1936 es que la sociedad española ha cambiado, y los militares también, gracias a Dios y a la monarquía constitucional. Pero la izquierda que evolucionó en la Transición con Felipe González, por un lado, y con Santiago Carrillo (cuando reviró hacia el eurocomunismo), por otro, se ha olvidado de su propia historia. Todos los grupúsculos que había, entre estalinistas, trotstkos, maoístas, castristas y demás, terminaron diluyendo sus siglas en dos: el PSOE y, en menor medida, el PCE. Hasta que muchos ex comunistas se pasaron al otro lado con buenos cargos.

Se sabe de personas que cambiaron de partido cuatro o cinco veces en pocos años. Así que no hay que asustarse por lo de ahora, que es como un juego de niños traviesos. Antes se prestaba atención a la ideología, a la pureza de las ideas. Hoy eso no le importa a nadie. Por consiguiente, el romanticismo ha desaparecido de la política, incluso de la izquierda, que lo cultivaba. Ya todo funciona según el realismo de los intereses de los votantes. En el PSOE, desde la Transición, siempre han sido pragmáticos, por lo que Pedro Sánchez ha pasado a ser una anécdota. En Podemos tienen a Pablo Iglesias, un líder que sabe lo que quiere, a diferencia de otros. Por eso, habrá purgas, como siempre las hubo en las luchas por el poder.

José Joaquín León