La suspensión de la Semana Santa de Sevilla estaba cantada, como si fuera un Miserere de Eslava. Así que ya sólo faltaba el momento de anunciarlo. Se volvieron a reunir el alcalde, Juan Espadas; el arzobispo, Juan José Asenjo; y el presidente del Consejo, Francisco Vélez. Por cierto que el alcalde Espadas había dicho que él no tiene competencias para suspenderla y que lo tendrían que convencer. En la Junta, afirmó Juan Marín que tampoco tiene competencias. Y en el Gobierno, bastante canta Pedro Sánchez con lo suyo. Así que le tocó a Espadas. Ya no era un marrón, sino que había cristiana resignación. No se esperaba otra cosa.

Ahora vendrán las broncas derivadas. La principal será por la devolución de los abonos de las sillas y palcos, a los que encarecieron con el 21% del IVA para no ver nada. Las normas para los usuarios determinan que no se devuelve lo pagado en caso de suspensión. Y las hermandades no están por la labor de que les den una puñalada por la espalda en las subvenciones que perciben del Consejo. Las hermandades tampoco están por la labor de montar los pasos en las iglesias para no salir. No habrá procesiones,  pero tampoco habrá pasos montados. Excepto que aparezcan algunos espontáneos, lo que parece improbable.

EL desastre no vendrá solamente por la suspensión de la Semana Santa, sino también por las consecuencias devastadoras para las celebraciones de la Cuaresma. Algunos dicen que es la peor desde el concilio de Trento, otros que desde que el cardenal Niño de Guevara puso orden en el asunto, y no faltan los que recuerdan que en la Segunda República o la Guerra Civil las circunstancias eran más difíciles, aunque salieron cofradías. En lo político sí hubo tiempos peores. En lo sanitario también, porque Sevilla ha sufrido terribles epidemias. Y entonces había otras polémicas, porque a las primeras de cambio salían procesiones de rogativas, que creaban más focos de contagios. Pero la Cuaresma y la Semana Santa de 2020 se deben considerar como las peores de la historia reciente para los cultos externos, internos y los actos cofradieros.

El coronavirus funciona como un invento del Maligno. Ha propiciado una Cuaresma dura, en la que el sentido de la penitencia y el sacrificio quedan plenamente justificados. Esta semana hemos asistido a una oleada de suspensiones en cascadas. Se hubiera ahorrado tiempo y sofocones diciendo: se prohíbe todo.

Joaquín Romero Murube quizá lo hubiera calificado como “el año que perdimos”. Nos hemos quedado sin tres cuartos de la Cuaresma, y sin la Semana Santa.

José Joaquín León