SEGUIMOS en la Cuaresma más rara y triste de los últimos años. Hoy, 29 de marzo del año del Señor de 2020, debía celebrarse el Pregón de la Semana Santa, a cargo de Julio Cuesta, en el Teatro de la Maestranza. En las vísperas, el Consejo de Hermandades y Cofradías hizo público un comunicado, en el que ratifica el nombramiento para la Semana Santa de 2021. También el aplazamiento del Pregón de las Glorias, a cargo de Rosa García Perea, para una fecha indeterminada, igual que el traslado de la Virgen de Montemayor. Se supone que esa fecha será en otoño de 2020, y que no se aplazará hasta el año que viene si Dios quiere.

Algunos capillitas maliciosos están diciendo que el pregonero de la Semana Santa de 2021 se va a ahorrar varios rituales. No le van entregar las pastas del pregón por segunda vez en la tertulia de El Cirio Apagao, ni va a convidar por segunda vez a las autoridades sevillanas en su domicilio, ni le van a dar dos chaqués de Ibáñez, etcétera. Una parte importante de la agenda pregoneril la tiene resuelta. Y, además, que el pregón ya lo ha escrito, como se solía decir de algunos: Fulanito se lo estaba esperando y ya tiene el pregón escrito, y se lo sabe de memoria, y algunas veces se le escapan versos muy sentidos mientras duerme. A Julio no se le ha escapado nada, y seguro que rectificará algunas cosas.

En el desayuno de La Raza, a Julio Cuesta se le escapó la posibilidad de dar un pregón virtual. Estaba dispuesto a hacerlo. Pero hubiera sido tristísimo; e imposible desde el momento en que se suspendió la Semana Santa. El pregón tiene sus ritos. Se hace bien, como Dios manda, o no se hace. De modo que hoy no habrá pregón, ni nada parecido.

Empiezan los días más duros. Falta una semana para el Domingo de Ramos. En estos días, viendo la agenda de actos que no serán celebrados, se comprueba el alcance de la pérdida. Tiene una enorme repercusión espiritual, es un dolor incomparable a todo lo que habíamos conocido en la Semana Santa, al menos nuestras generaciones.

Parece que en estos momentos preocupa más lo material. La devolución del importe de las sillas y palcos (una vez deducidos los gastos de la instalación) y la ruina para muchas hermandades modestas, que ya empiezan a resignarse. Pero queda lo peor del duelo: que es vivir una Semana Santa encerrados, prisioneros del coronavirus, sin pasos, sin nazarenos, sin costaleros, sin música... Solos, aunque con el silencio del Hijo de Dios que muere para resucitar.

José Joaquín León