l Volvió la normalidad y en la procesión del Corpus apenas se vieron mascarillas l Leve disminución de las representaciones, con la Macarena como la más numerosa

LA procesión del Corpus de 2022 volvió a las calles de Sevilla con todo su esplendor. Sirvió para proclamar que la pandemia del Covid 19 ha terminado. O eso creemos, con permiso de las nuevas variantes y de las vacunas. A diferencia de la Semana Santa, en el Corpus no vimos apenas mascarillas. Entre los integrantes de la procesión yo conté cinco, de ellas tres en la representación de la O, una en el Gran Poder y otra en la Sacramental del Sagrario. Puede que hubiera alguna más, pero sobraban dedos en las manos para contarlas. Entre las personas que vieron la procesión había algunas mascarillas, muy pocas, en su mayoría usadas por monjas, que son más prudentes. Este aspecto de normalidad ayudó a configurar un Corpus postpandémico, en el que debutaron el arzobispo, José Ángel Saiz, y el alcalde, Antonio Muñoz. Ya habían debutado en Semana Santa y en otras celebraciones.

El Corpus postpandémico se parece mucho al prepandémico. Después de la pandemia, existía una oportunidad para mejorar y practicar ajustes en la procesión. Pero se ha preferido no tocarla. La mayor novedad es la reducción en las representaciones de hermanos. No demasiado, pero en algunos casos hasta el 20%. En 2019, cuatro hermandades participaron con más de 100 hermanos en su representación (Macarena, Gitanos, Gran Poder y Esperanza de Triana), mientras que ayer sólo la Macarena superó los 100 hermanos, aunque no llegó a los casi 200 de la procesión de 2019. Los Gitanos, Gran Poder y Esperanza de Triana fueron las siguientes más numerosas, pero con una reducción estimable. Otras hermandades que solían pasar de 50 hermanos esta vez no alcanzaron esa cifra.

La procesión duró prácticamente igual que en los últimos años, a pesar de que acudieron menos representantes de hermandades. Por la plaza del Salvador, desde los carráncanos a los soldados, tardó en pasar 165 minutos. En el último lustro de procesiones del Corpus, la duración alcanzaba entre 150 y 170 minutos. ¿Por qué tardó igual la procesión si había menos participantes? Porque el cortejo iba más despacio. Y porque la Custodia se quedaba rezagada, de vez en cuando. Administrar los parones de los cánticos y los rezos es difícil. Pero nadie podrá criticar a los costaleros de los pasitos, que cumplieron como jabatos. Era una mañana calurosa, aunque hasta el mediodía no fue tan temible como se presuponía.

El Corpus no se justifica por las estadísticas y detalles, sino por la devoción. Era, es y debe seguir siendo la Fiesta Grande de Sevilla. La gran fiesta de la Iglesia de Sevilla, en homenaje al Santísimo Sacramento. Es una mañana repleta de emociones, que va sembrando recuerdos.

Una mañana que empezó muy temprano para los cofrades de la Sagrada Cena. A las seis y media, cuando todavía no había amanecido, se congregó un público generoso en la puerta de los Terceros para ver la salida. Quienes nunca hayan visto el traslado pensarán que acude poco público. Este año había expectación, quizá más de lo habitual, porque el paso salía con el Señor acompañado de los apóstoles. El replanteamiento que le han dado a las figuras realza la visión del Señor y le da un empaque más notable al paso, como se pudo comprobar ayer. A las ocho de la mañana, puntualmente, el paso de misterio llegaba al Palacio Arzobispal, en la calle del añorado cardenal Amigo Vallejo, para quedar expuesto como altar. Previamente había sido una delicatesen cofrade verlo por la calle Francos, la más bellamente engalanada del Corpus.

Porque hay que destacar el gran esfuerzo que se hace para mantener el esplendor del Corpus. En la calle Francos coincidieron los primeros premios de los concursos de exornos. El de altares fue para el de la Hermandad del Buen Fin. El de escaparates para el del Grupo Joven de la Soledad de San Lorenzo, en Jardilín. El de balcones para el que se montó en Casa Rodríguez. Junto a otros altares, escaparates y balcones, la calle Francos quedó espléndida. Como un siglo de oro que siguiera vivo. Por supuesto, no fue la única. Toda la carrera del Corpus estaba bien engalanada, incluso mejorando los exornos de antes de la pandemia.

También es destacable el esfuerzo que hace el Ayuntamiento, a través de la Delegación de Fiestas Mayores, para colaborar en el esplendor del Corpus. Fue interesante la aportación de los ministriles, que amenizaron y enmarcaron con un fondo musical solemne los momentos que a veces resultan tediosos por la desmesura del cortejo. La procesión ya estaba más proporcionada (con el replanteamiento que se hizo de las representaciones cívicas en la zona VIP y la ubicación de las hermandades basilicales), aunque lo más duro es el principio. Todavía transcurren 70 minutos hasta que llega San Isidoro, que es el tercer paso, y 85 minutos hasta que llega San Leandro, que es el cuarto paso. A pesar del recorte en las representaciones de cofrades.

Todos los pasos iban bien exornados, dentro del estilo que los viene caracterizando. Destacó, por su gusto, el exorno de la Inmaculada, con los ramilletes bicónicos y flores blancas bien mezcladas. Y resultó curioso el exorno en tonos blancos y amarillos (de lo más pontificio) que tenía el paso del Niño Jesús del Sagrario. La Custodia iba sobria y elegante, con claveles blancos en sus justas proporciones.

La mañana del Corpus nos devolvió escenas que habíamos perdido: las sonrisas y saludos entre los usuarios de sillas y quienes van en el cortejo, las ovaciones a los soldados de la compañía de honores que cerraban el cortejo, el rezo del Ave María al interpretarse la marcha Encarnación coronada, de Abel Moreno en la plaza del Salvador, los paseos matinales para fijarse con más detalle en los altares, y la guinda final para ver el paso de misterio de la Cena, con las cornetas y tambores de las Cigarreras, cuando el calor ya había dicho aquí estoy yo.

No sé cuantos fueron a la playa, si eran más o si eran menos. Pero miles de sevillanos y algunos turistas estaban allí, donde convenía estar, y no se lo perdieron. Como antes de la pandemia y después del sufrimiento.

José Joaquín León