VIENDO el cortejo que acompañaba al Cautivo de Torreblanca en el vía crucis general, se apreció, una vez más, el tesoro que tienen las hermandades de Sevilla, incluso las más modestas. Me refiero a la juventud, ese divino tesoro, según Rubén Darío. En el cortejo participaron más de 500 hermanos, de los que en torno al 70% eran jóvenes. Algunos cofrades ilustres quedaron sorprendidos por la compostura que mostraron. Proceden de una barriada alejada del centro. Sin embargo, más allá de los tópicos, no tenían nada que envidiar a las más austeras cofradías en el respeto y hasta en el vestir. Los jóvenes de Torreblanca demostraron que han aprendido muy bien la lección. Se ganaron la admiración y el cariño de eso tan etéreo que se denomina la Sevilla cofrade.

El testimonio que los jóvenes son capaces de dar, cuando se lo proponen, no es patrimonio exclusivo de nadie. Surge cuando las hermandades lo cultivan, cuando les aportan formación a la medida de sus necesidades. Pero no olviden que son jóvenes, y que igual que se integran se les puede alejar si no ven las cosas claras.

En los últimos años, el rol interno de los jóvenes se ha minimizado. En los tiempos de la Transición (que también la hubo en las cofradías) surgieron algunos hermanos mayores muy jóvenes, como Jesús Creagh en La Cena, por citar un caso. O pregoneros de la Semana Santa muy jóvenes, como José Joaquín Gómez González, al que Sánchez Dubé nombró secretario del Consejo de Hermandades y Cofradías, a una edad que ahora se consideraría de pipiolo. Es curioso, porque algunos acusaban de carcas y casposos a los cofrades veteranos de entonces, pero en ocasiones mostraron una altura de miras que hoy se echa en falta.

Siguen llegando jóvenes a las hermandades. También los hay en aquellas que se han sabido fortalecer con nuevas generaciones, familias completas de abuelos, padres e hijos, como veía el pasado domingo en la protestación de fe de la Soledad de San Lorenzo. A los jóvenes hay que cuidarlos y también exigirles que se esfuercen, pues de ellos depende el futuro.

Los cofrades que ya somos maduritos no debemos comportarnos como viejos cascarrabias, como nostálgicos por la envidia de la juventud perdida. No generalicen. Todos los jóvenes de hoy no son niñatos, ni gamberros, ni salen en Semana Santa para emborracharse y estropear el ambiente. Todos los jóvenes no son unos maleducados, ni unos ignorantes. Como siempre, hay que distinguir entre el trigo limpio y la cizaña.

Por eso, hay que abrirles las puertas. Incluso para recuperar a los hijos pródigos que se fueron.

José Joaquín León