ERA un viernes 13 de septiembre, cuando el verano ya iba de recogida por los cielos del Aljarafe y los atardeceres cárdenos se anticipaban. En su taller de Gines, a los pies de una imagen de San José, quedaron las últimas virutas, desprendidas de la madera sagrada unos días antes. Eran también como espinas de su última corona, o reliquias póstumas del leño de su cruz. En aquella soledad, veías que las gubias nunca más serían tocadas por sus manos, y que algunas imágenes se quedaron como en medio del camino, desamparadas tras la definitiva ausencia de su creador. En el taller percibías unos silencios imposibles de olvidar.

Ha pasado un año. Hoy Luis Álvarez Duarte está con su Virgen de Guadalupe, así en la tierra como en el cielo. Sus restos en la capilla, a su lado, como si fuera su centinela permanente, el cuidador de su imagen, aunque era Ella quien lo cuidaba. Ha pasado un año en el que unas obras se quedaron en el taller y otras en el recuerdo. Un año perdido, porque ni el Ayuntamiento de Gines ni la Diputación han sido capaces de emprender un proyecto cultural ambicioso para preservar su memoria. Un año que ha sido muy especial, en el que los sueños del imaginero tropezaron con el coronavirus, tan devastador para todos.

Un año como de luto general, en el que no salieron en las vísperas su primera Virgen, la de San José Obrero, ni las que talló para Bellavista y Palmete. Una Semana Santa con un Lunes Santo amargo, en el que el niño imaginero se quedó toda la tarde junto a su Virgen Niña, para compartir el dolor de tantas pérdidas. Tampoco salió su cofradía del Polígono de San Pablo, con el misterio completo y la Virgen del Rosario. El Cristo de la Sed, su primer Crucificado, se quedó junto a la Virgen de Consolación, que también añoraba a su autor, Antonio Dubé de Luque, en el templo de Nervión. La Virgen del Patrocinio recordó el dolor ausente de antiguos Viernes Santos, junto al Cachorro, el Hijo para el que fue recreada de las llamas. El Cristo de la Trinidad, su último Crucificado para Sevilla, se quedó junto a la Esperanza trinitaria, que fue su primer amor mariano.

Esperanza… Tantas esperanzas en sus manos. Esperanza de Triana, que sin la belleza de su restauración no se puede entender. Esperanza Macarena, cuyo rostro celestial multiplicó por el mundo, desde Sevilla a Nueva York. Señor del Gran Poder, al que recuperó de urgencia cuando un loco quiso destrozarlo. Tanto que no vimos en las calles de Sevilla es sólo una parte de lo que se debe a Luis Álvarez Duarte.

Un año después, entre un atardecer de color Patrocinio en el Aljarafe, entre la brisa ahogada en el calor de septiembre, se mantienen vivos sus recuerdos.

José Joaquín León