VUELVE a ser Nochebuena. Algunos sólo piensan en reuniones familiares, en si los dejan salir a la provincia limítrofe o la comunidad de los vecinos, en la vacuna que asoma por el horizonte, en las fiestas que perdimos y las que perderemos. Sin embargo, a pesar de todos los pesares profanos, el día tiene un significado que pocos entendemos y que disfrazamos bajo luces de colores. En Sevilla, como en otras ciudades, habrá toque de queda, y la madrugada se quedará vacía. Las misas del gallo se han adelantado a horarios vespertinos. Pero el mensaje sigue inalterable: detrás de la sonrisa del Niño está el peso de la cruz. Este año ha vuelto a sentirse, con más de 49.500 muertos por coronavirus en España.

El Niño no nace en Belén para que salgamos de fiesta, ni para que vivamos con opulencia. El Niño nace para redimir al mundo. Y no es un camino sencillo, ni placentero. Estamos en el transcurso de una pandemia. Es dura, pero es una más entre las que han padecido los sevillanos a lo largo de los siglos. Ha servido para recordarnos la impotencia de los hombres y las mujeres. Somos como gusanos cósmicos. La ciencia avanza, pero no descubre el ritmo de la vida. Es una lucha tenaz, en la que jugamos a ser como dioses, pero estamos limitados porque sólo hay un Dios.

El camino no es un juego floral, ni se nos dan las soluciones antes que los problemas. No vivimos en un paraíso, ni obtenemos la sabiduría comiendo manzanas o cayendo en tentaciones de soberbia. Vemos, pero no entendemos. Y construimos una sociedad de injusticias, en la que sobran los débiles. No se les ofrece consuelo ni misericordia, y se les presenta la muerte voluntaria como un regalo.

El Niño que nace en el pesebre está junto a su Madre y junto a su padre (que no es su verdadero padre, pero lo ama como si lo fuera), y nos va a enseñar que el único camino para la verdad y la vida es el amor. Ese camino no es sencillo. Atravesará momentos de dificultades, de días oscuros, y de amaneceres turbios en los que sentiremos el desánimo del dolor y la soledad. Entonces necesitaremos su fuerza, comprender que ese camino sólo se puede recorrer soportando el peso de la cruz.

El arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, nos ha dado en estos días una lección de humildad y de aceptación, de sacrificarse y de asumir su dolor (humanamente insoportable), y pedir a ese Señor que nace en Belén el consuelo y el alivio para su ceguera física. Ese es el peso de la cruz.

Otros se quedan al margen, ciegos de espíritu, y no lo saben. Pasará otra Nochebuena, se olvidará, y la vida sigue…

José Joaquín León