EN Sevilla gusta mucho una exposición. Y no me refiero sólo a las internacionales o universales, como la de 1929 (que transformó la zona de la Palmera y el Parque de María Luisa), o la de 1992 (que transformó la isla de la Cartuja), sino a las exposiciones de andar por casa. Por ejemplo, a las de esta Cuaresma, que permiten andar por la carrera oficial sin palcos: por la sede ampliada de la antigua Audiencia en la Fundación Cajasol, por la sede del Ayuntamiento, por la sede del Mercantil, por la sede del Labradores… Y ahí se nota la pena de no tener abierto San Hermenegildo, donde querían instalar el Museo de la Semana Santa, que ya contó con un antecedente en los Venerables del barrio de Santa Cruz.

En Sevilla no hay un Museo de la Semana Santa por no tomarlo en serio y porque cada casa de hermandad es museística. Vas a la del Gran Poder, pongo por caso, y lo que vemos allí vale más que los museos catedralicios de algunas ciudades. Gran parte del patrimonio artístico de las hermandades es de primer nivel. La exposición In nomine Dei, en la Fundación Cajasol, llama la atención, pero podrían organizar dos o tres como esa todos los años.

Un ejemplo: allí hay figuras de los pasos de misterio, pero con más figuras secundarias han montado otra en el Casino de la Exposición. Allí hay documentos, pero con más documentos y partituras han montado otra exposición en el Antiquarium, de la plaza de la Encarnación. Con lo cual se ve que montar una exposición en Sevilla es relativamente fácil, porque existe lo principal: la materia prima. Las instituciones locales lo saben, y lo aprovechan, al tiempo que cumplen sus funciones de interés social para la ciudadanía, etcétera.

Lo más curioso de este frenesí de exposiciones es que las organizan en un año triste, sin turismo Los turistas permitidos son de Tomares, Gines, Castilleja de la Cuesta, Camas y otros municipios de la provincia no confinados. Por la memez del cierre perimetral de las provincias, no vienen visitantes de Cádiz, ni de Huelva, ni de Málaga, ni de Córdoba. Ni tampoco madrileños, vascos o catalanes. No sé si franceses, pero no chinos, como desearía Juan Espadas. Y aún hay que dar gracias a Dios (y a la Junta de Andalucía), porque hasta hace poco sólo podían venir turistas desde el Parque Alcosa o Los Bermejales.

De todo se aprende, y de este frenesí de exposiciones también. Ya las organizaba Luis Becerra en la Caja San Fernando, no son nuevas, que conste, pero hacen más llevadera esta Cuaresma sin actos externos. Las colas ilusionan: crean la falsa sensación de que el turismo no ha muerto.

José Joaquín León