EL Señor del Gran Poder recibe culto esta semana en La Candelaria, la semana pasada estuvo en Los Pajaritos y la semana próxima lo podrán ver en la parroquia de Santa Teresa, en Amate. La Misión a los llamados Tres Barrios (que son más) ha merecido muchos elogios y ha puesto el foco en los sectores de mayor pobreza de Sevilla. Pero, junto a los elogios, también hay algunas críticas, más sugeridas que expresadas, como es propio de los envidiosos y los cobardes. Pero sobre todo de los que utilizan a los pobres, no para solucionar sus problemas, sino para perpetuarlos, ya que en realidad lo único que les interesa es buscar votos y subvenciones, con las que viven ellos mejor que los pobres. Este es el motivo por el que en Los Pajaritos o el Polígono Sur no se arregla lo esencial, y siguen apareciendo todos los años entre los barrios más pobres de España, a pesar de las inversiones públicas. Por eso, hay que ir a darles caridad, sin nada a cambio.

La caridad no es como la solidaridad. La caridad cristiana colisiona con los postulados marxistas, porque no se basa en el odio de clase, sino en el amor al prójimo. Para algunos sectores sociales, que ya sabemos de qué pie cojean, la caridad todavía suena a cenas benéficas, a señoras que dan limosnas mientras se rebuscan la calderilla en los abrigos de visón, y a cosas propias de los años del hambre. Sin embargo, la caridad no es eso. Desde las predicaciones de Cristo se basa en el amor al prójimo. El amor es otro concepto deformado, por las influencias románticas y peliculeras, pero el amor cristiano está muy bien explicado en la memorable primera carta de San Pablo a los corintios, que se lee en casi todas las bodas religiosas: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

El amor lleva a la caridad. Ese es el Gran Poder de Dios, que ha ido como un Misionero de esperanza a los barrios pobres, y ha cerrado su basílica de San Lorenzo. La caridad es más que el dinero. Podemos ser pobres y desgraciados, es lo normal. Pero podemos ser ricos y también unos desgraciados. ¿Dónde está la felicidad? El amor marca las zancadas de ese Señor de Sevilla, que no sólo lleva unas limosnas y unos intentos de ayudar a remediar los problemas de pobreza, sino que va despejando los caminos. Está allí para enseñar a todos: tomar la cruz y seguirlo, buscar la Verdad.

José Joaquín León