LA salida de Juan Espadas, tras la aprobación del presupuesto municipal, estaba cantada. Ninguna sorpresa. Ha sido una faena de aliño, trasteando por lo bajo. Y con una metisaca final: lo sacan de la Alcaldía y lo meten en el Senado, por darle otro cargo mientras tanto. Todo con transparencia, eso sí, pues lo hace sin disimulo. Está por ver que tenga un coste político o no. Para el presupuesto esta vez no ha mirado a Ciudadanos, que estaba con sus primarias de cara a la galería, sino a los restos del naufragio de Adelante, que han ido hacia atrás, y de cuatro concejales que tenían han sacado tres grupitos (Podemos, IU y la no adscrita), aunque todos cabían en un taxi. Es un aviso para lo que le espera en Andalucía: si alguna vez tiene que pactar ya sabe cuáles son los votos que siempre va a tener a su servicio. Esa izquierda es pragmática.

No se queda en muy buen lugar con Sevilla. Se va de la Alcaldía para la que fue elegido. Y se va un poco más allá del mezzo del cammin di nostra vita. Es decir, cuando le quedaba un año y medio de mandato. Con lo cual ha dejado devaluada la Alcaldía de Sevilla, a pesar de ser la más importante ciudad española que gobierna el PSOE, y además en solitario. Puede decir, y dirá, que aspira a ser el próximo presidente de la Junta de Andalucía y que las elecciones autonómicas se convocarán antes que las municipales. Pero ese argumento, cierto y legítimo, no excluye que se vaya de la Alcaldía dejando algunos de sus proyectos a medias, otros sin empezar, y el Metro tal como se lo encontró; entre varias cuestiones más que hacen de su mandato un quiero y no puedo.

Espadas llegó a la Alcaldía con paciencia y humildad, tras cuatro años en la oposición a Zoido, en los que contó con la ventaja de que la oposición a Zoido se la hacía el PP casi mejor que el PSOE. Eran malos tiempos para la lírica de Mariano Rajoy. Y también le benefició la mística efímera de los 20 concejales que consiguió Zoido, frente a los 11 de Espadas. Aparte de los méritos de Zoido, a Espadas no lo votaron en 2011 ni los suyos, quejumbrosos porque decían que había incluido a independientes en los puestos altos.

Espadas deshace lo que hizo, sin ser demasiado, y le deja el regalito a Antonio Muñoz, que ha sido el elegido. No el elegido por la gente, sino por Espadas. Podrá hacerlo más bueno o malo, eso ya dependerá de Muñoz. Puesto ahí por el destino, porque había que poner a uno que se tragara el sapo hasta la próxima. Algunos que empezaron así, de casualidad, después han triunfado, pero sólo algunos. En general, los errores se pagan.

José Joaquín León