EN Sevilla, como en otras ciudades, hay dos formas de gobernar: en la propaganda de la realidad virtual y en la realidad auténtica. Si nos atenemos a los mensajes que lanza el Ayuntamiento, podemos pensar que Sevilla es una ciudad peatonal por excelencia, llena de bulevares, y muy cuidadosa con la movilidad urbana. Pero en la realidad se aprecia que no siempre es así, aunque ha avanzado en los últimos años. Antonio Muñoz, que fue el responsable del Hábitat Urbano o Urbanismo con Juan Espadas, antes de que le cediera la Alcaldía, sigue lanzando mensajes en el mismo sentido. Así se ha visto con la eventual peatonalización periférica que anuncian para la avenida Ingeniero La Cierva, en la zona de Su Eminencia. Para la que se pone como ejemplo la avenida de El Greco, que ya fue mostrada en su día como ejemplo de bulevar peatonal con coches a baja velocidad.

No hace falta irse a barrios periféricos, basta con quedarse en el casco antiguo. En la propaganda municipal, el centro histórico aparece como una isla, donde el peatón es el rey del adoquín de Gerena, y todo el tráfico se supedita a su excelencia peatonal. Sin embargo, la realidad cotidiana no es así. Entre los peores ejemplos están los accesos y la salida de la Alfalfa, en las calles Águilas, Muñoz y Pabón/ San José/ Santa María la Blanca. Es un circuito de coches, taxis y motos para entrar y salir del centro. El peatón tiene teórica prioridad en los tramos estrechos sin acera (por ejemplo, el de la plaza Ramón Ybarra), pero se encuentra acosado por vehículos de todo tipo, que no respetan su teórica prioridad. Es lugar de saltos y sustos.

Cuando llega el Día sin Coches, que ya suena a risa, peatonalizan la calle Águilas en modo reina por un día. Después quedan más de 300 días al año en que los peatones se sobresaltan, mientras pasa un coche tras otro. Entiendo que son zonas de acceso al centro para reparto y para los vecinos, pero el tráfico es de “a mí Sabino que los arrollo”. Y eso cuando no aparecen bicicletas o patinetes a contramano.

En el centro histórico, las peatonalizaciones se hicieron con sangre, sudor y lágrimas. Dura fue en la Avenida. Y aún peor en la calle Tetuán. Recuerdo a Vicente el del Canasto, cuando miraba con su visera manual a los coches que circulaban por allí. Siendo alcalde Alejandro Rojas-Marcos, se peatonalizó a las bravas. Y punto. Peatonalizada sigue, y a todo el mundo le parece lo más normal. Incluso la llaman la milla de oro. Antes de la crisis se lo decían.

Guardar los equilibrios es importante. Peatonalizar porque sí no tiene sentido. Pero presumir de lo que falla, tampoco.

José Joaquín León