UN año más, al llegar los Reyes Magos, observamos agresividad y discordia por todas partes. Hoy se abre un paréntesis de mirar hacia la infancia. Melchor, Gaspar y Baltasar recorrerán las calles de Sevilla, en la cabalgata que con tanto mino han preparado Manolo Sainz y el equipo del Ateneo. Momentos de felicidad e ilusión infantil. Ha dado la casualidad (¿o es un signo?) de que coincidirá con las honras fúnebres de Benedicto XVI. En su libro La infancia de Jesús, sugirió la teoría de que los Reyes Magos procedían de algún lugar de Tartessos, por lo que se dijo que eran andaluces. Ese libro, como otros de Ratizinger sobre Jesús, es una joya para alumbrar la fe, en estos tiempos de nihilismo y extravío. Vivimos sin altura de miras, como se suele decir. Porque la altura está en el cielo, en la Estrella que guia a los magos.

Al celebrar las fiestas navideñas, hemos pasado de puntillas por su significado. Un Niño nació en un portal de Belén, en un ambiente de pobreza. Antes y después del Nacimiento, sus padres emigraron: desde Nazaret a Belén para empadronarse; desde Belén a Egipto para que no lo asesinen los soldados de Herodes. Más allá de los evidentes símbolos, ¿quién es ese Niño? Para los cristianos es el Hijo de Dios. Pero esa creencia no se puede sostener con nuestra inteligencia limitada. La ciencia puede explicar el desarrollo del Universo en parte, pero el misterio del Universo (formado por millones de casualidades imprescindibles) necesita la fe.

Al portal de Belén llegan los Reyes Magos con oro, incienso y mirra. También los pastores llegaron para ayudar y compartir lo poco que poseían. Sin embargo, en el portal, el mejor regalo lo hace ese Niño pobre, con su gran poder. El mejor regalo es la fe. Sólo la fe mueve montañas, y aclara el firmamento cuando está oscuro. Se suele decir que la fe es un don de Dios. Sólo Dios pudo sembrar la fe en el género humano. Pero la fe no crece sola, la debe cuidar cada hombre y cada mujer. Hay que buscarla para encontrarla, aunque a veces se encuentre sin buscarla, como le sucedió a Pablo. Para encontrarla, si la buscamos, nos ayudará la misericordia de Dios.

Quienes no han encontrado la fe, o la han perdido, pueden respetar o se pueden burlar de quienes mantienen sus creencias. Eso no cambia nada. Es propio de cobardes renunciar a lo que creemos por el qué dirán los demás. Y es también un gran error. La fe es un tesoro, el mejor regalo que podemos recibir; es el motor que cambiaría el mundo si todos vivieran para hacer el bien. Por eso, no es justo guardarla, como una creencia individual, sino que es mejor pregonarla a un mundo que se extravía, que se perjudica con sus torpezas.

José Joaquín León