DECIR Amarguras de los naranjos, en Sevilla, nos suena a marcha de agrupación musical. Pero no se precipiten. Hoy es Miércoles de Ceniza, todavía no huele a azahar. Estamos en los días de las naranjas amargas caídas y espachurradas. Eso es menos poético. Pasados los fríos timoratos de enero y febrero, en la sorpresa de los primeros calores al recorrer las plazas umbrías, con la vira de sol dorado de marzo, que ya glosó Joaquín Romero Murube, pronto nos encontraremos con el ansiado florecer del azahar. Nos anticipará la ilusión del Domingo de Ramos, la primavera prematura que empieza a despuntar en los atardeceres tibios, hasta que el sol se oculta por los cielos cárdenos y violetas del Aljarafe. Pues en ese escenario, en la ciudad de Sevilla, hay unos 47.000 naranjos. Hoy, como digo, las naranjas yacen por los suelos, en otra alegoría triste de la vida que se nos convierte en ceniza.

Con estos árboles vivimos una extraña historia de amor y odio. Ahora dicen que son la repera, y que van a producir energía limpia y barata. En el Ayuntamiento están contentos porque los naranjos generan biogás, y lo producirán con tal frenesí que permitirán el suministro a los autobuses para que funcionen con este combustible ecológico. Hasta 70.000 kilos de naranjas amargas van a utilizar para el biogás. Observen: es un proyecto que capitanea Emasesa, que aprovechará Tussam, y que contará con la colaboración de Lipasam para limpiar la suciedad que dejan las naranjas estrujadas en las calles. Para que digan que no hay sinergias entre las empresas municipales.

Yo lo que digo es que Antonio Muñoz ha demostrado ser mejor alcalde que Juan Espadas. Para las naranjas amargas, me refiero. En los tiempos de Espadas anunciaron que ni un naranjo más plantarían en las calles de Sevilla. Bastantes naranjos tenían ya los capillitas para disfrutar con el azahar y escribir pregones. Sin embargo, Muñoz, de quien decían que no es capillita, ha duplicado el presupuesto para los naranjos. Son verdes y ecológicos, sirven para el biogás, para las destilerías, para las perfumerías, para abonos, para alimentar a las cabras, para los pregones, y para elaborar mermeladas de naranja amarga. En el Real Alcázar fabrican mermelada gurmé, que le enviaban a Isabel II de Inglaterra y ahora a Carlos III. En el convento de Santa Paula también envasan la suya, que está a la venta.

Las amarguras de los naranjos se han consolado. No son como los ficus. La I+D+i los salvará del arboricidio. A ver si también nos salva de las naranjas pisoteadas.

José Joaquín León