EN la Sevilla de finales del siglo pasado hubo dos Gordillos famosos: Rafael, el lateral internacional del Betis, que después jugó en el Real Madrid, y Juan Manuel Sánchez Gordillo, el alcalde rojo de Marinaleda. El Gordillo de Marinaleda se ha ido apagando en el siglo XXI. Es curioso, aunque natural, porque es un personaje del siglo XIX, que tiene cambiados los palitos en los números romanos. Es alcalde de Marinaleda desde hace 44 años. Ha durado más que Franco en el poder, ya que aquel régimen se extinguió a los 40 años. Sánchez Gordillo ha sido él mismo un régimen en Marinaleda, donde creó una comuna o algo parecido, un pueblo fantasma que se regía por sus propias normas. Allí las elecciones eran un trámite rutinario. El jefe hacía y deshacía según su peculiar criterio.

Una vez que entrevisté a Juan Manuel Sánchez Gordillo, con cierta profundidad, me sorprendieron sus convicciones. Se presentaba tan comunista como cristiano, entendido a su modo. Pues su ideología se basaba en Marx, pero también en Cristo, en Gandhi, en el Che Guevara y en Sánchez Gordillo, que era como una mezcla de todos los citados y algunos más. Es decir, tenía unos criterios mesiánicos para construir un paraíso comunista, o comunero, o yo qué sé, en Marinaleda. Allí no habría ricos, todos serían pobres, pero honrados, y comerían todos los días.

A veces comían a las bravas. Ya nadie se acuerda de los robos de sus seguidores en Mercadona y Carrefour para abastecerse de alimentos. Las marchas de los sindicatos del campo, de latifundio en latifundio, como los israelitas por el desierto en busca de la Andalucía prometida. Los discursos en el Parlamento andaluz, donde se disfrazaba con el look de campesino anarquista, con aire a lo Che y los palestinos.

A lo largo de su trayectoria de alcalde ha protagonizado infinidad de anécdotas y contradicciones. El cristianismo lo entendió a su modo, al margen de ritos y liturgias. Antes bien, al revés. Algunos años, en la tarde del Jueves Santo, organizó actuaciones de chirigotas del Carnaval de Cádiz. Cuando se supo, hubo problemas en las chirigotas, porque algunos eran cofrades y los iban a echar de sus hermandades por participar en esos aquelarres de Marinaleda. Su pueblo era un agujero negro.

En los últimos años, más debilitado, perdió lustre. Y lo peor: lo ignoraban en los medios de comunicación. Como si ya no existiera. Pero existió y existe. Y fue un personaje singular de Andalucía. En otro lugar no hubiera sido posible. Cuando Marinaleda elija otro alcalde será inexplicable. Se va un régimen, se va un tiempo.

José Joaquín León