LA librería Reguera estaba situada entre la iglesia de Santa Catalina y la cervecería El Tremendo. En los primeros días de marzo, tan murubianos, ha resultado triste ver sus escaparates vacíos, sin las novedades de libros, que Julio Reguera exponía. Sin embargo, en los últimos días, los libros regresan, la librería ha vuelto a abrir, ahora gestionada por La Botica de Lectores. De ese modo no se pierde su dedicación, aunque cambie la propiedad. En esa zona de Santa Catalina y Los Terceros hay otras librerías de antiguo y de ocasión, y también las hay de novedades en la Puerta Osario.

Los escritores y los periodistas (al menos los de cierta edad) somos aficionados a la lectura en papel. No se sabe si por romanticismo, o porque nos recuerda viejos tiempos, o porque sabemos que los libros son bastiones de la cultura; aunque unos más que otros, pues también publican bodrios, y no merece la pena perder el poco tiempo que tenemos en leerlos. Hay que elegir. Y para ello puede ayudar el librero.

Me gustan los que son como José Juan Soto, de la librería Verbo de la calle Sierpes, que cuando le pregunto por un libro (incluso recién salido) es bastante probable que ya lo haya leído, o esté en ello. Verbo es una librería glamurosa, que siguió la estela de Beta, y se quedó con el antiguo Teatro Imperial, además de tener locales en Los Remedios y Sevilla Este. A veces los libreros ponen de moda a las librerías. Ahí está lo sucedido en Caótica, en la calle José Gestoso. El éxito de Rafa Castaño en el Pasapalabra le ha dado otro impulso.

Los escritores suelen publicar bastante sobre las librerías. Pongamos por caso Javier Marías o Enrique Vila-Matas, entre los españoles. Existen encantadores libros dedicados a las librerías, como el de Penélope Fitzgerald; o el 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff, entre otros. Incluso dedicados a libros nonatos, como el de David Foenkinos titulado La biblioteca de los libros rechazados. Los libros tienen algo misterioso, incluso mágico. Es mejor adquirirlos en las librerías que en los supermercados, donde los vemos junto a los alimentos, la ropa o los electrodomésticos.

Los libros a veces mueren con su dueño. Es triste cuando los herederos los arrojan a la basura, sin darles la oportunidad de reconvertirlos en antiguos o de ocasión. La fugacidad de las cosas terrenas alcanza de lleno a los libros y las librerías. Por ejemplo, veo a mi lado uno de Rayuela, de Julio Cortázar, de la Editorial Sudamericana, publicado hace 50 años. Sobrevivió a su autor, probablemente sobrevivirá al lector, y no sabemos dónde acabará. Ya es una antigüedad. Los libros son seres vivos.

José Joaquín León