EN otras ocasiones lo he escrito: el Miércoles Santo sevillano es el día de la cruz. Está presente la cruz de Cristo crucificado en los pasos de La Sed, San Bernardo, El Buen Fin, La Lanzada, el Cristo de Burgos y las Siete Palabras. Está también la cruz del Calvario en el misterio de la Piedad del Baratillo. Y la lleva en sus hombros el Nazareno de la Divina Misericordia, que sale en el primer paso de las Siete Palabras. El día se completa con los misterios del Carmen y los Panaderos. Y, si la cruz es el motivo central del día, no podemos olvidar que dos de esos Crucificados (Buen Fin y Siete Palabras) tienen sus templos en la calle San Vicente.

Podemos plantearnos: ¿pero San Vicente es un barrio? No se le considera un barrio popular, al estilo de San Bernardo, cuyo Cristo de la Salud volverá a llenar hoy de vida el antiguo arrabal. Tampoco es un barrio al estilo de Nervión, por cuyas calles pasará hoy el Cristo de la Sed. Ni siquiera es un barrio castizo, al estilo del Arenal, que hoy recorrerá el Baratillo, con sus resonancias taurinas. Por el contrario, San Vicente fue el lugar de residencia de una Sevilla señorial y aristocrática.

San Vicente limita al oeste con el río Guadalquivir, al este con la Alameda, al sur con el Museo y al norte con el barrio de San Lorenzo, del que es hermano. Tan hermano es que la calle San Vicente tiene una parte que pertenece a la feligresía del mismo nombre y otra parte que corresponde a la de San Lorenzo. Esa división de una misma calle entre dos parroquias se nota en las dos cofradías que de allí salen el Miércoles Santo.

En la calle de San Vicente está la parroquia dedicada a ese santo, de la que sale uno de los misterios de Calvario más clásicos de Sevilla: las Siete Palabras. Tras quedar perfilado entre los naranjos, el paso se encaminará al atardecer por la calle de San Vicente hacia las de Baños y Goles, y recorrerá el barrio sin buscar el camino más corto a la Campana.

En la calle de San Vicente también está la iglesia del que fue convento franciscano de San Antonio de Padua. Ese templo se encuadra en la feligresía de San Lorenzo. Allí se venera el Crucificado del Buen Fin, una imagen excelente. En los últimos años ha salido solo, tras liquidar los misterios. En el futuro volverá a estar acompañado con imágenes secundarias en el paso. Pero, con más figuras o solo, lo que admiramos es la bondad que emana de ese Cristo, en cuyos ojos brilla la luz perpetua.

San Vicente es calle que parece de otros tiempos. Alcanza una cima espiritual con sus dos crucificados del Miércoles Santo.

José Joaquín León