EL Jueves Santo de Sevilla encuentra su colofón en la Madrugada. Cuando se habla de procesiones magnas o extraordinarias, a veces se olvida que la tenemos todos los años. Entre el Jueves Santo y la Madrugada, con un breve paréntesis en la carrera oficial (pero no en las calles, donde hay continuidad), salen 13 cofradías. Entre ellas algunas de las más antiguas y de las que cuentan con más devoción universal. Entre ellas también las que representan la gloria de los Nazarenos. La iconografía de Jesús con la cruz a cuestas alcanza la cumbre de la Semana Santa sevillana en ese enlace de las horas mágicas que conduce desde el Jueves Santo a la Madrugada.

Jesús de la Pasión es el Nazareno emblemático de Juan Martínez Montañés. Jesús del Gran Poder es el Nazareno emblemático de Juan de Mesa. Los dos grandes imagineros de la Semana Santa llegan a su perfección estética y devocional cuando realizan estas imágenes. Los aficionados a las dualidades y las disyuntivas, a lo largo de la historia, han buscado la contraposición estética de estas imágenes. La serenidad o el desgarro. Sin embargo, más allá de los rasgos estilísticos propios de los grandes escultores que las tallaron, no se pueden ver divergencias. Al contrario, Pasión y Gran Poder representan dos versiones de un solo Hijo de Dios, que son complementarias, como un momento de meditar y otro de más agobio, pero recorriendo el mismo camino de perfección.

El Jueves Santo, antes de ver a Jesús de la Pasión, nos encontramos con Jesús con la cruz al hombro, en el segundo paso del Valle. Misterio abrumador por su ternura, que escenifica el encuentro con las mujeres y la tradición del rostro que quedó dibujado en el paño de la Verónica. Imagen bellísima, que por fin parece revalorizada.

La gloria de los Nazarenos de Sevilla arranca en la Madrugada con Jesús Nazareno. Silencio ante la Santa Cruz. Silencio ante el dulcísimo rostro del Señor que acaricia la cruz de carey y plata. La excepcional representación del Nazareno, atribuida a Francisco de Ocampo, atrae por su delicadeza y ensueño, por una fragilidad sin queja que conmueve, por la entrega y el amor infinito que transmite. Los primitivos nazarenos crecieron a su lado. Recorrieron las madrugadas de Sevilla y se multiplicaron entre los límites del tiempo.

Entre la noche y el día, como dijo el pregonero Enrique Casellas, camina Jesús. Y es también ese Nazareno de los Gitanos al que llamamos Señor de la Salud. De la salud de los enfermos y de las almas angustiadas. Señor de tez morena, que regresó tras las llamas de un fuego. Señor que ilumina al pueblo, que reza con la fe de cargar la cruz como nazarenos del Nazareno.

José Joaquín León