LAS muertes del profesor Enrique Valdivieso y su esposa, la profesora Carmen Martínez, en un siniestro fortuito, han causado profunda consternación en Sevilla. Y también, por causa diferente, la muerte del abogado Ignacio Pérez Franco, que fue pregonero de la Semana Santa de 2012 y hermano mayor del Baratillo en unos años de auge de su hermandad. Sobre la muerte de Enrique Valdivieso y su esposa se ha aclarado el origen del siniestro y han sido elogiados justamente sus méritos. Sobre la muerte de Pérez Franco se ha expresado un inmenso dolor. Quizás (y paradójicamente), porque como en la novela de Gabriel García Márquez era la crónica de una muerte anunciada, por el agravamiento de su salud en los últimos meses.

Valdivieso, Martínez y Pérez Franco eran creyentes. Sólo de vez en cuando reflexionamos sobre la muerte, de la que intentamos olvidarnos mientras vivimos. Un suceso inesperado puede matar a dos personas en un momento. Y una enfermedad grave puede matar a una persona casi a cámara lenta, como si se retransmitiera, mientras sus familiares y amigos se imaginan que lo peor está por llegar.

Y esos casos son los más dolorosos. La lucha de Ignacio Pérez Franco por la vida ha sido encomiable. Ha luchado hasta el final de sus fuerzas. Como otros sevillanos, como Antonio Álvarez-Dardet Lama, por ejemplo, también fallecido recientemente, que supo llevar la lucha contra el cáncer a las redes sociales para dar ánimos a quienes lo padecen y están peleando también en esa dura batalla.

Podríamos pensar que estos combates contra la enfermedad maligna son como nadar con el viento en contra para llegar a la orilla, a sabiendas de que te vas a ahogar. Sin embargo, nunca se debe perder la esperanza. Ayuda la fe para entender que sucede al revés. Estás nadando hasta la orilla con dificultades, sí, pero debes seguir mientras puedas intentarlo. Al final todos vamos a terminar en esa playa remota, donde está el paraíso perdido. Dios estará en la última playa, en la orilla a la que siempre se llega, con el vaivén definitivo de las olas que empujan a las personas cuando ya no quedan fuerzas para seguir nadando en los mares de este mundo.

En esa lucha contra la enfermedad siempre se gana. Se podrá perder el tiempo presente, pero no el futuro. Ignoramos la dimensión definitiva de nuestro tiempo. El esfuerzo para luchar no es estéril, no se hace para nada; es para sentir la dignidad de levantarnos cada mañana sabiendo que aún estamos vivos. Ese ha sido el ejemplo de Ignacio Pérez Franco, que será recordado no sólo como abogado, cofrade y pregonero, sino como un héroe de la vida.

José Joaquín León