A la vuelta de las vacaciones, los sevillanos del éxodo no se encontrarán la ciudad exactamente igual, sino con más macetones. Es el símbolo de los tiempos. Apenas unos días después de los ataques terroristas yihadistas de Cataluña, ya estaba blindada Sevilla en sus zonas turísticas. Al menos, eso es lo que dicen, después de instalar un buen surtido de maceteros, que aquí son más conocidos como macetones, debido a su tamaño. Frente a los bolardos que Ada Colau se ahorró en Las Ramblas, los macetones que Juan Espadas ha dispuesto por la zona de los guiris. El blindaje ha comenzado. Intuyendo el futuro de la primavera, la Sevilla capillita tiembla.

Ya se ha explicado que todas las ciudades no son iguales. Sevilla no es como Madrid o Barcelona. De momento, se prefiere el macetón al bolardo, que también existe, aunque se limita a lo imprescindible. El bolardo recuerda algunas obras públicas de Monteseirín. El bolardo es peligroso de por sí, tanto que los despistados pueden terminar en Traumatología, con alguna fractura. El bolardo no gusta a los conductores de ambulancia, ni mucho menos a los bomberos, que ya procedieron contra algunos, y se tomaron la justicia por su mano en la Alameda.

Ha sido un acierto del alcalde Espadas, o de quien sea, la apuesta preferente por los macetones. Así se evitará el riesgo de bolardofobia. En el barrio de Santa Cruz siempre hubo macetas, para admiración del guiri. Y en los bares, macetas de Cruzcampo.

Pasará lo de siempre. El macetón irá a más, crecerá y se multiplicará. Algunos pesan mil kilos, pero no parecerán suficientemente dignos de un entorno presidido por la Catedral y el Alcázar. El macetón sevillano está predestinado a alcanzar el tamaño Olivo de los Panaderos. Los olivos de los pasos crecieron así, con cierta modestia, hasta que tropezaron con los balcones de la calle Álvarez Quintero.

Protegerse de los terroristas bestias a base de macetones es un noble empeño, que también parece ingenuo. Habrá que adoptar otras medidas más disuasorias y eficientes. No obstante, de cara a los sevillanos, ha sido lo primero que han visto: un toque de atención, un símbolo preventivo, un detalle. Y un aviso para los costaleros navegantes en los barcos de los pasos misteriosos. El macetón de mil kilos será de quita y pon, como el velador. O no será. Sevilla no es como otras ciudades.

José Joaquín León