ERA una Virgen diferente y humilde, que evocaba en su rostro los sufrimientos íntimos de su creador. Un hombre que había padecido la guerra y la posguerra, y que había sido estigmatizado, después de afrontar el sufrimiento en su vida y en la tragedia de su familia. Era una víctima de los vencedores, que después le levantaron el castigo. Pero le quedó un resquemor imborrable. Nunca pudo tallar lo que le parecían “muñecas bonitas”. Sus imágenes reflejaban la angustia sin matices, una Pasión sin tregua. Era su verdad, y eso también le valió un cierto aislamiento, las dudas de una Sevilla ajena a lo suyo, convencida de que el dolor es compatible con una Virgen guapa.

Aquel 23 de julio de 1977 habían pasado poco más de tres meses desde el incendio fortuito en el monumento eucarístico de San Gonzalo, que causó daños graves a la anterior dolorosa de Rafael Lafarque. La Virgen de la Salud que devolvió Luis Ortega Bru para el culto no era una reencarnación de la anterior, sino su obra. Y, al principio, como le ocurrió en otras hermandades, no todos supieron ver que procedía de ese estilo tan peculiar que era totalmente suyo, y que resumía las penalidades de un cautiverio en el rostro de una Virgen.

En el Barrio León, desde entonces, se sabe que el dolor puede encontrar el calmante de la Salud, que brota en la mirada diferente de esa Virgen. Durante años, a pesar de la devoción que iba levantando, también fue una gran desconocida. Algunos sólo se quedaban con el Señor del Soberano Poder ante Caifás, con lo que representa ese dúo extraordinario que también talló Ortega Bru, y con todo lo que le acompaña. Pero no eran capaces de aproximarse a Ella, sumergirse en el lago de amargura que preludia su llanto, en su mirada que conmociona y enternece, que nos atrae y nos perturba, que provoca y calma.

Hoy repicarán las campanas. Hoy habrá otra coronación en la Catedral. Hoy saldrá en una maratoniana procesión triunfal, que se demorará lentamente en una larga y vibrante madrugada por las calles de Triana, hasta que llegue al Barrio León en las altas horas y vuelva a su parroquia (fatigados y felices todos), probablemente con las primeras luces del alba.

¿Corona para la Reina? Sí, pero el triunfo de la Salud de San Gonzalo es haber consumido la zarza ardiente del alma herida que la soñaba. Su dolor había nacido de sus entrañas. Aquella Salud que ansió, cuando era el hilo último de una esperanza.

José Joaquín León