EN los tiempos de las viejas cofradías (por decirlo con lenguaje político), predominaba la teoría evangélica de que la mano izquierda no debía saber lo que hacía la derecha; o al revés, si eras zurdo. La transparencia no estaba de moda. Las cuentas sólo se presentaban en los cabildos para conocimiento de los hermanos. Tampoco se publicaba información detallada de los recursos que las hermandades destinaban a sus bolsas de caridad. Quizá fue el Gran Poder una de las pioneras en aportar datos, coincidiendo con un sustancial incremento de fondos para ese fin.

PARA conseguir que el Via Crucis general de las hermandades de Sevilla aumente la participación hay varias fórmulas. Una sería que saliera el Señor del Gran Poder todos los años. Otra sería que volvieran a elegir entre las 10 ó 12 imágenes con más devoción y arraigo, que todo el mundo sabe las que son, y que no voy a enumerar para evitar suspicacias. Aunque, evidentemente, la medida más contundente y eficaz sería imposible e indeseable: prohibir todos los vía crucis externos con imágenes, excepto el del primer lunes de Cuaresma.

NO ha pasado ni medio siglo. Eran madrugadas de los años 80, todavía el siglo XX, la Semana Santa recuperada para el pueblo (o eso decían), tiempos de democracia en España. Esbeltos nazarenos, con sus cirios al cuadril, se situaban detrás del Señor. Al salir de la plaza de San Lorenzo comenzaba otra procesión. Eran mujeres de promesas imposibles. Aquellas mujeres prohibidas, a las que no se les permitía la penitencia de seguir al Señor detrás del paso. Él era también el Señor de nuestras abuelas. Quizá recordarían a sus antepasadas (en tiempos más difíciles, pero menos fiados a la burocracia del espíritu), a las que sí se permitió lo que después se prohibió.