A lo largo del siglo XXI, Cádiz ha perdido muchos eventos del verano. A pesar de que han transcurrido menos de dos décadas. En otros tiempos, se informaba de los objetos perdidos, que iban a parar a un depósito municipal. Sin embargo, eso ya no le interesa a nadie. Tampoco se habla de las fiestas perdidas del verano, que van cayendo con sencillez. ¿Y a quién le importan? La buena gente ni se acuerda, y eso que se han ahorrado.

Se perdió la Velada de los Ángeles, todavía en tiempos del PP, que era una fiesta de principios de agosto, tradicional y con historia. Aunque derivó en guadianesca: aparecía y desaparecía, según los años y las quejas vecinales. Hasta que murió en el intento y nunca más se supo, ni los nuevos dijeron nada de rescatarla, con lo gaditana que fue en tiempos de nuestros bisabuelos.

LOS gaditanos y las gaditanas tienen derecho a decidir, no como otros. Al menos, a decidir el cartel del Carnaval de 2018. El Ayuntamiento ha organizado un sistema de votación popular (que, en realidad, es votación populista) para que “todos los ciudadanos y ciudadanas empadronados en la ciudad” (frase textual) puedan elegir el cartel ganador. Los únicos requisitos son el DNI y tener correo electrónico. Quienes sean unos analfabetos informáticos, o no les apetezca dar su dirección de email, no se preocupen. Podrán votar, en modo presencial, en las urnas de la consulta soberanista que se situarán en el lugar de exposición de los carteles.

CUIDADO, que no es un caso de corrupción, ahora que les ponen nombres históricos, como el de Blas de Lezo, ¿qué culpa tendrá? El caso de Pongilioni lo he bautizado después de leer el libro Familias musicales gaditanas (ediciones Mayi), que ha publicado Manuel Ravina, director del Archivo de Indias, y uno de los gaditanos que mejor conoce nuestra historia. En ese libro, dedicado a las principales familias extranjeras que tuvieron negocios musicales en el Cádiz del esplendor verdadero, Ravina valora especialmente a cuatro personajes: Antonio Peichler, Manuel Rücker, Juan José Quirell y Arístides Pongilioni. Este último es un protagonista que merece particular atención.

JUSTAMENTE en las vísperas del Pleno en el que el PSOE iba a presentar la reprobación contra David Navarro, el concejal de las cuentas de Podemos Unidos, apareció el insultante cambio de placa en el monumento del Beato Diego de Cádiz. Yo no digo que sea un intento para distraer a la “carcundia gaditana” (como la llaman los presuntos autores materiales), sino que dio la casualidad. La carcundia, en la imaginación de algunos psicópatas locales, ya abarca hasta los socialistas de Fran González inclusive. Es decir, son de la carcundia (y muy fachas) todos los que no piensen como ellos. La esencia de los totalitarios es esa: no respetar a quienes piensan diferente.

EN Cádiz, el antiguo Instituto del Rosario era algo más que un instituto. Era un símbolo de la educación pública para la mujer, en unos tiempos difíciles. Por sus aulas pasaron alumnas que hoy son destacadas profesionales, incluso algunas políticas. En unos tiempos en los que la mayoría de los gaditanos estudiábamos en colegios religiosos (de niños, de niñas, o mixtos), el Columela y el Rosario eran los institutos de referencia (masculino y femenino). Este edificio lleva 10 años cerrado, y ha pasado de ser un símbolo de la educación pública para la mujer, en un cierto periodo, a convertirse en otro ejemplo de las mentiras y las incoherencias de los políticos, cuando se trata de Cádiz.