EN la posNavidad todos los años se habla del discurso del Rey. Aunque sea para advertir que lo han visto menos españoles que nunca. Tampoco son tan pocos, pues en Andalucía tuvo una cuota de pantalla del 68,1%. Y en toda España lo vieron 5.822.000, que es el promedio de un partido de octavos de la Champions League con el Madrid o el Barça. Si no ha batido el récord de la final del Mundial de Sudáfrica 2010, cuando España se proclamó campeona, se debe a que la gente se ha acostumbrado a la salsa rosa en televisión. Y también a que el Rey anterior, Don Juan Carlos, soltaba algo curioso de vez en cuando. A Don Felipe le escriben unos discursos muy políticamente correctos. Si dijera “Mariano es un carota, Pedro era un gafe, Pablo es un chufla y Albert es un pusilánime”, seguro que subiría la audiencia. Y se debatiría sobre esos conceptos, sobre todo pusilánime, que mucha buena gente no sabe lo que significa.

HOY se cumple un año de aquel 20-D que abrió la etapa de la nueva política. Después de cuatro años de Gobierno de Rajoy, con mayoría muy absoluta, se quedó el Congreso de los Diputados que no lo reconocía ni la madre que lo parió. Seis meses después llegaron las segundas elecciones; y se había amenazado con las terceras para el domingo próximo, día de Navidad. Como todo el mundo sabe, se evitó a tiempo. Y a día de hoy sigue Rajoy, aunque muy dialogante. En un año aprendió que hay que pactar hasta con los leones del Congreso. De manera que el PP, siendo los mismos, ya no es lo mismo. Ni los demás tampoco.

UNA vez que los partidos consiguieron formar un nuevo Gobierno (con el mismo Rajoy) se ha vislumbrado el final de la nueva política, pues los que se pusieron de acuerdo eran los de siempre: el PP y el PSOE. Una vez alejado el fantasma de las terceras elecciones (que se aparecía por las noches disfrazado con un gorrito de Papa Noel) hemos entrado en los tiempos de la novísima política. Consiste en que los partidos ya no discuten con sus rivales, sino que se pelean entre ellos mismos. Sin que sepamos a qué motivos ideológicos responden, sólo que uno es de Pedro, la otra de Susana, aquella de Pablo, ese de Iñiguito, y así.

A Matteo Renzi le ha ocurrido lo mismo que a David Cameron: por pasarse de listo se le quedó la cara de tonto. Y, en justa consecuencia, dimisión y tente tieso; o sea, otro que ha caído en su propia trampa. A los dos les ha pasado lo mismo por ir de sobrados y chulear en política, que está muy mal visto en estos tiempos. Los dos convocaron unos referéndums pensando que los iban a ganar por su bonita cara, sin entender que esas consultas populares se juegan al contragolpe. En estos tiempos de la nueva política, a la gente le resulta más fácil decir no que . Antes siempre se planteaban las preguntas para que ganara el . Hoy, preguntes lo que preguntes, te dicen que no. O lo que es igual, te dicen: “Vete a … tu casa”.

LA desunión de la izquierda no la han inventado Pedro Sánchez y Susana Díaz, ni tampoco Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Una vez que se formó Gobierno, ahora se distraen con eso, de cara a sus respectivos congresos, para ver quién manda. Pero lo propio de la izquierda es la división. La izquierda unida no existe, es un gran mito, sólo funciona para conquistar el poder en los ayuntamientos, las diputaciones o las comunidades autónomas. En la izquierda (como en la derecha) lo que importa es el poder. Y se cargan hasta el PCE histórico, favorecidos por la rendición de Alberto Garzón a Podemos para ver lo que saca.